16.9.13

Desde la nada.

Como voltear a ver la cama y verla vacía, muerta. Y verla como lo que es: algo inerte. Como si esperaras que se moviera para no sentir que enloqueces de a poco.

El montón de cobijas hacía parecer que había un cuerpo acostado fetalmente pero no era más que la ilusión de sentir que alguien le hacía compañía. Se levantó de la silla y empezó a jugar con las mantas borregas, bailándolas porque la soledad es una cabrona y hace desvariar hasta al más cuerdo. Entonces su pareja de baile se le fue entre las manos volviéndose agua morada que se vertía en un chorro en caída libre. Sin creer lo que le estaba pasando se hincó sobre la duela y se asomó al vacío que se había formado en la cama.

Un hoyo negro que parecía respirar y susurrarle que se lanzara para narrar desde adentro qué era lo que estaba presenciando. No lo hizo. Ya una vez cayó en un agujero sin luz, si es que era del mismo tipo, y la experiencia no fue grata en absoluto. Siguió en cuclillas a la orilla del vacío que se había formado en el colchón tragándose a su compañera de baile. Esperando algo, lo que sea; una voz o ruido; un objeto hacia afuera; un susto por lo menos. Sólo veía movimientos en espiral; luego concéntricos hasta provocar náuseas. Gritaba sin obtener respuesta de regreso pero todo seguía igual. Vio el reloj y lo que para ella hubiera sido una hora no fueron más que tres minutos.

Después de haber visto la nada comenzó a cuestionarse si ésta es su vida o la de alguien más; si es la primera o la última; si está en un mundo alterno o en el real. Porque en la nada no hay pasado, ni futuro, ni siquiera presente; nada tiene tiempo conjugado. En la nada sólo hay eco y silencio y no se llevan bien, tanto que nunca pueden estar en el mismo lugar al mismo tiempo. En la nada no existen las casualidades, ni causalidades, menos el destino o la suerte. En la nada sólo hay carencia de luz y puedes inventar el mundo que deseas: el mundo perfecto; el de un ciego que no conoce y todo lo que tiene es creado por la óptica que le ofrece el resto de sus sentidos. En la nada todo es hermoso o abominable. Todo es mentira o verdad. Y al contrario: todo es absoluto y nada relativo. En la nada podemos ser todo o nadie. En la nada no hay puntos medios. En la nada somos eternos. En la nada somos y no…


La nada es encantadoramente seductora. Tan lo es que ésto que lees quizá no sea. Y la nada es testigo.

Es tan tarde y yo sigo en la nada.

"...I'd been listening to lies but in silence there is truth, there is beauty, there is love. There is nothing in the silence to be frightened of"


2.9.13

Un puñado de coincidencias.

Escribí una entrada sumamente larga y a Blogger se le hinchó no guardarla, ni publicarla. Nada.

El punto es que me caí de la bicicleta mientras escuchaba Un Puñado de Coincidencias frente al único puesto de dulces que había en un largo tramo. Vi el pasto y las hojas secas a la altura de mis ojos porque puse las manos y no alcancé a irme de cara; la bicicleta cayó del lado del asfalto y tres señoras se acercaron a preguntarme si estaba bien, buscando si no estaba sangrando, y a un policía para que me llevara con alguien a que me revisara. Todo fue muy rápido. Me torcí la canilla y el tobillo izquierdo sin poder apoyarlo bien. Tardé unos minutos en recobrar la conciencia que no había perdido pero me sentí algo desubicada. Una de esas señoras me persignó y dijo que no estaba sola, supongo notó mi acento.

Seguí avanzando aunque en verdad dolía todo. Me estacioné, saqué mi libro, mis lentes y mi termo y me recargué en un árbol. Irónicamente, empecé a leer Morir Más de una Vez; un día antes de un aniversario que quisiera no recordar pero ya está en mi cabeza y no puedo desecharlo todavía. El puñado de coincidencias.

Después descubrí la pierna, le eché agua porque estaba aterrada, al momento de hacerlo, cayó un pedazo delgado de piel -hacía tres meses que me caí por mi culpa y la de un tacón en el lodo-, yo decía que cada que doblaba la rodilla sentía que se abriría de nuevo la herida; me respondían que eran mis nervios. Al ver cómo se desprendía esa capa cutánea me di cuenta que también el cuerpo puede ser hipócrita: era una cicatriz falsa.

Ignoré el dolor un rato y sólo me quedaba pensar en cuántas cicatrices falsas he de tener, o hemos, para pensar que una herida está sanada. Cuántos perdones no son sinceros o cuántos recuerdos hemos tapado con una capita de piel haciéndonos creer que está regenerada. Todo se metaforizó'.

Me levanté después de dos horas. Ya no podía pero estaba a tres minutos de casa. Me dolía caminar por el tobillo torcido y pedalear por los raspones. Un tránsito o policía, no recuerdo, preguntó si me pasaba algo. "Me caí hace un rato pero ya casi llego a mi casa, gracias", no había tráfico y me ayudó a cruzar la calle, luego me dijo "con cuidado, hija, Dios te bendiga". Le sonreí y seguí pedaleando.

¿Qué hacía yo con dos bendiciones de desconocidos en un sólo día? ¿explotar? Gracias, nada más.

Parecía que, aunque se rumora fue estrepitosa mi caída, todo estuvo donde tenía que estar para que no pasara a mayores. Causalidades; no casualidades. Un puñado de coincidencias (?)

Lo que a la gente le falta es caerse de la bicicleta más seguido; recibir bendiciones y ayuda de desconocidos y descubrir si sus cicatrices son falsas para ver si en verdad hemos perdonado o sólo estamos lleno de capas hipócritas para hacernos creer que todo está bien.

Esa canción tan coincidente con todo mi día. Ya me hacía falta.

Más importante que llamarse Ernesto, es elegir la banda sonora de tu vida.