7.9.17

También pasará.

No sé bien cómo comenzar a escribir esto porque creo que toco fibras delicadas que, posiblemente, exhiban de más mi privacidad a pesar de que no suelo ser muy cuidadosa en esos aspectos.
Tengo desde noviembre que no escribo por gusto.
Así como dejé de reír, de ir al cine, de escuchar música, de leer; de vivir con gracia porque me sentía señalada después de que terminé con el que yo creí sería el padre de mis hijos.
A pesar de una infidelidad en noviembre, que él niega, volvimos y terminamos definitivamente en abril. Es todo lo que escribiré al respecto de cómo se dieron las cosas no por respeto a él sino a mí, y a que de verdad me apena reconocer que permití cosas que ahora -a conciencia; sin sentir amor ni ningún tipo de sentimiento bueno- sólo me recuerdan lo frágil de mi humanidad.
Ayer, 5 de septiembre, en mis recuerdos de Facebook salió el tráiler de una película llamada “Damsels in Distress” donde trata, de manera cómica, la atención al suicidio. En una escena, Violet, deprimida, se va a un motel con las intenciones por las que lucha cuando de pronto huele un jabón y toda su perspectiva cambia y vuelve a su vida normal’.
De no haber sido porque doy fe de que un jabón puede salvarte la vida y el cómo esa escena se quedó en mi psique, no escribiría de esto tampoco. Hoy, 6 de septiembre, comencé un hilo en Twitter, desahogándome, de cómo viví en la suciedad mientras estuve con aquel; triste y deprimida (según yo enamorada y por supuesto ciega) porque aunque yo intentara tener una casa limpia para sentirme menos miserable; él no lavaba su plato o lo dejaba en la barra de la cocina; tenía un desorden con sus perros, además de que mis muebles eran un asco gracias a que él no les limpiaba y así convivíamos. Los perros no tenían la culpa.
No sé quién vaya a leer esto y a veces me da miedo que llegue a ojos de mis papás, hermanos o sobrinas; los demás son lo de menos.
Todo abril fue un subibaja porque mi yo emocional quería una cosa pero mi yo racional sabía claro que no debía estar ahí y que debía dejar ir; por supuesto que mi yo emocional le metió un chingadazo y me fui al hoyo.
Abril y mayo fueron meses difíciles. Los más en mis 33 años donde gracias a mi doctor, a mi trabajo, a mi familia y amigos y a un desconocido que mencionaré más adelante, pude pasarlos. No puedo culpar a aquel de que se haya involucrado con una loca diagnosticada pero sí puedo hacerlo de que me presentara la ansiedad y el pánico. Lo peor de mí; lo más triste de mí; lo más temeroso de mí; lo más patético y lo más peligroso se hizo presente. Estuve tan fuera de mis cabales que cada día despertar en una casa y no en un hospital, en una celda o en un manicomio, era un logro.
Incluso topé mis límites de convicciones; fui con un chamán, con un padre, lloré en la iglesia y le reclamaba a una cruz, medité y todas las noches le rezaba a la virgen para que me abrazara de alguna manera y no me dejara morir; no por esto, no esta vez.
La ansiedad se volvió mi acompañante más recurrente y el vómito mi mejor amigo. Fueron dos meses en los que el sólo saber que alguien que me había dañado tanto seguía vivo, me generaba un ataque que me llevó más de un par de veces al hospital porque yo misma -la mente es cabrona- con mis ideas hacía que me bajara la presión, comenzara la taquicardia, la hiperventilación, los sudores hasta llegar a caer inconsciente. En la noche me metía un pañuelo en la boca porque ya no controlaba el movimiento de mi mandíbula y me daba miedo arrancarme la lengua mientras dormía. El espejo volvió a hablarme, como siempre, pestes de mí misma. 
Vomitaba, cuando eran días malos, más de 30 veces al día; cuando era un día normal, 20, hasta llegar al punto de ya no poder dejar de hacerlo. Vomitar me hacía sentir bien, me sentía tranquila cada vez que lo hacía, me sentía drenada y limpia de todo los malos deseos y los pensamientos recurrentes que traía. Era como vomitar al diablo.
Un día de tantos, vomité tan fuerte que sólo eran ácidos estomacales con sangre y me hice pipí, sí; vomité e hice del baño al mismo tiempo. Ya no tenía control de esfínteres. Y así siguieron los demás días, eso fue todavía en abril.  Mis espasmos al vomitar y la presión que hacía era tan fuertes que, al no tener qué apretar, lo hacía con mis piernas y un tubo del baño para discapacitados al que siempre iba, ese baño en el que tantas veces me pedí perdón, lloré, me pregunté porqué y fue testigo de mi época mas baja. No hubo fotos pero los moretones en mis piernas y las uñas caídas por la fuerza con la que tomaba ese tubo eran de llamar la atención.
En una de esas veces, siendo casi mayo, no recuerdo el día. Saliendo del trabajo me subí al autobús a mi casa y todo normal (al decir todo normal me refiero que era yo en estado zombie, sin expresión facial alguna). 
Desde niña tuve tendencias suicidas pero me juré nunca hacerlo porque tengo padres, fue muy difícil y lo creía imposible pero no. Como siempre digo "cuando ya puedo hablar de esto es porque ya pasó y estoy bien". 
Esa vez se abrió la puerta trasera mientras el camión iba en marcha y a mí me pareció tan fácil dar un paso, que en este caso era un escalón, cuando de la nada salió una mano como queriendo atraparme; obviamente no lo hubiera logrado pero para mí fue más bien como un trancazo en la frente ver esa palma que me hizo tomarme otra vez del tubo y ya no me dejó avanzar. Me dio mucha vergüenza con ese desconocido y me bajé a pesar de que no era mi parada. Lo vi, le dije gracias y perdón y me fui.
Le platiqué todo lo anterior al doctor y tristemente viví sedada por casi dos meses; Quetiapina, Sertralina, Risperidona, Clonazepam y Escitalopram. Subí de peso, se me cayó el pelo, las uñas, dejé de menstruar y... Dejé de ser.
Entre terapia, amigos, familia, mi perra ¡Ah, mi perra! Estopa comenzó a hacer del baño incluso dormida, así como yo; dicen que los perros sienten cuando sus dueños están mal y ella lo resintió muchísimo. Eso sí será algo que nunca perdonaré.
Han pasado casi seis meses y yo voy bien. Eso creo al menos. Sigo mi tratamiento, yendo a terapia, re-conociéndome e intentando volver a quererme porque no se puede tener amor propio viviendo como yo lo hacía.
El camino parece cada vez más corto pero a veces tengo bajas y las pequeñas cosas para mí son los actos de valentía más grandes; salir en fin de semana, andar sola después de las 7 pm por la calle, pasar por los lugares comunes, etc...
Sé que más temprano que tarde lo veré de frente y no sé qué reacción tenga. Yo espero nada más pasarlo como se pasa a una piedra que se esquiva; que ahí está pero no te sirve de nada, ni para dirigirle una mirada.
Me hice mucho daño y me pido perdón todos los días. También me digo que soy bonita e inteligente y que esos miedos que me dejaron no me pertenecen y debo devolverlos; cada vez sonrío y río más, hago planes y retomo mis gustos. Qué bueno que no me morí.
Porque toqué fondo y lo rompí; yo no me impulsé como dicen todos que se hace... Todavía me duelen los puños.
El 10 de septiembre es el Día Internacional para la Prevención del Suicidio y si se sienten confundidos o abrumados; si están aturdidos y no están seguros de algo tan 'fácil' como vivir, platíquenlo con alguien, de preferencia un especialista. 
Si su soledad o su orgullo es mucho como para no aceptar hablarlo con alguien, de frente... Mis mensajes en Twitter están abiertos, mi perfil de FB es https://www.facebook.com/san.dredg y mi correo es sandrama.campos en Gmail, lo reviso diario y a cualquier hora.
Yo ya estuve ahí y créeme; lo vamos a pasar.
Más importante que llamarse Ernesto, es elegir la banda sonora de tu vida.