30.11.14

Cuba

A las 8 de la noche ya estaba instalada y limpia por el duchazo con agua helada que tomé, me dio pena preguntar por el agua caliente. Escribí tres páginas en la libreta que me dio Emma en un viaje a Guadalajara que hice hace un par de meses pero mi tinta se terminó; me va a cobrar impuestos Fidel. A las 8:30 quedé dormida y, fuera de todos mis horarios, desperté a las 2 de la madrugada pensando en... Cosas. Cosas que sí y cosas que ¿por qué no? Cosas que no importa en qué huso horario me encuentre; mi cerebro no sabe de geolocalizaciones. Escucho a Real de Catorce y vuelvo a pensar en el daño que me hice al idealizar un amor violento por amar Beso de Ginebra y buscar ser la Wanda de un Hank. Mi aleteo de la mariposa pudo haber sido el haber ido a ese concierto en el año 2000 y después haber salido con el que me leyó el 'there's a blue bird on my cage', dos años después.

En fin, la mariposa hizo lo suyo y yo sigo desmadrada a los treinta sin saber a dónde voltear.
Necesito las alas de un dragón para ver si esto se pone interesante.


Definitivamente.

2.11.14

Yo no le temo a la muerte.

Yo no le temo a la muerte.

Le temo a enojarme con alguien por una estupidez y no volver a verlo; a no volver a escuchar su voz; a no tocar su piel otra vez; a que ese alguien me olvide -más que yo a él-; a no poder oler de nuevo su perfume; a no probar de nuevo su sazón; a no poder sentir un abrazo suyo; a llorar por canciones que sabía que le gustaban; a los recuerdos que sólo quedan en mi memoria porque la suya ya no esté; a no tener más regaños; a no escuchar más su risa; a no reconocer su caminar; a no apretar su mano; a no verme de nuevo en sus ojos; a no poder llorar o reír juntos; a no preocuparme por él; a no recordar bien su rostro, sus cicatrices, sus lunares y sus imperfecciones; al olvido.

De ahí en más, yo no le temo a la muerte. Por mí que nos lleve a todos.

Colorín... colorado.

Después de tres días fue encontrado enredado entre sus cuerdas; una y otra, trenzadas, evitando que ese aire espeso que ya no quería respirar volviera a pasar a sus pulmones. Sus propios hilos fueron su verdugo y su salvador. Era libre al fin; ya nadie lo titiritaba.

Y la función; había terminado.

Más importante que llamarse Ernesto, es elegir la banda sonora de tu vida.