11.12.14

Como la flor...

Eran menos de las tres de la mañana y -como siempre- lo único que la acompañaba era el insomnio y la música que había puesto para tratar de hacerlo más ligero. La crisis de los treinta no le pego hasta entrada, casi arañando los 31, pues dice que su virtud es llegar tarde a todo.

Está perdida pero hace como que no lo sabe aunque su consciente tenga bien claro lo contrario. Tiene un trabajo que la reta -como no hay idea- intelectual y profesionalmente. Aunque desde que tiene uso de razón quería dedicarse a las artes terminó en el lado opuesto; no se queja, se adentró en un mundo, aunque complicado, fascinante. Eso está bien.

Trae fantasmas que no sabe si no la dejan a ella o al revés pero quizá tenga qué ver con el insomnio al que tanto ama. Sigue viviendo con el hubiera; con el que tal si...; y con un montón de cuestionamientos que la sitúan en escenarios futuros -todos desoladores y desesperanzados-. La vida es cabrona y muy rencorosa; tiene la idea de que morirá muy vieja, como cuando decía su abuelo -el muerto- que Dios dejaba vivir más a los que tienen más cosas de las qué arrepentirse. Esas putas y delicadas palabras que nada más no se le pasan y siguen haciendo eco, rebotando en sus paredes neuronales, de aquí para allá, desde hace catorce años.

Sí, hemos de traer muchos fantasmas. Y muchos costales con un montón de cajas de pandora dentro que, quizá lo más sensato, sea no abrir ni el costal ni mucho menos las cajas porque no sabemos qué tipo de monstruos podemos despertar.

Ha tenido sueños muy perturbadores que no ayudan a su salud mental; como casarse y llamarle al que sería su esposo, antes de la boda, para que no llegara o sería ella la que lo dejaría en el altar. ¿A qué le teme? U otro donde sueña cien pisos que debe bajar por escaleras de madera, de esas que usan los pintores, amarradas con alambres. Sueños nada comunes pero angustiantes porque así despierta ¿a dónde conducen esos cien pisos?

Despierta alterada, siempre alterada y llorando. Voltea a su alrededor y toma cerca de dos minutos en reconocer el entorno. Oye una voz en off, es alguno de sus padres, pero no la reconoce y, aunque más calmada, sigue llorando. Se atienta la cara y no cree que sea suya, siente un hormigueo que no le permite saber si es o no; ve sus brazos y no los reconoce porque espera una piel limpia, sin los tatuajes que la acompañarán por siempre. Se levanta. Se mira en el espejo y no es quien cree ser. Ella no es la de la mirada bonita. Ella ya no es.

Tengo la teoría de que simplemente no quiere ser. Ni estar. Ni nada.

Un día tuve una gerbera que no cuidé y la creí muerta. No volví a regarla. Días después, el cielo se cayó y aunque la flor estaba donde no podía inundarse, alcanzó a mojarse. Al tercer día, como Lázaro, había dejado brotar de nuevo sus botones.

Esa muchacha un día tuvo destellos de buena vida; quizá lo único que necesita es que el cielo se caiga encima de ella para reavivar sus ramas.

Ya veremos.

8.12.14

Domingo.

Después de mi crisis 'voy a caer a la embajada', el día 6 fue tranquilo. Ya descubrí que los tres primeros son para que los lugareños te hagan pendejo y los restantes para relajarse y de verdad apreciar La Habana, entonces a la próxima no hay necesidad de venir tantos días.

No dormí pero salí de la casa después de la 1 de la tarde. Como es costumbre, empecé a caminar sin rumbo. Tan sin rumbo que me perdí y me pasé como seis cuadras de donde me sabía el camino para llegar a donde quería. Qué bueno que sé leer.

Seguía sin reconocer las calles -porque me pasé al lugar de las sombras al que me dijeron que no fuera- y llegó una mujer a saludarme con el pretexto de querer mucho a México. Me dio todo el discurso de que su hija de 4 años no había comido (era gratis, pero por supuesto que sigue hablando), al terminar me dijo: "si tú me pudieras dar unos tres o cinco cucs...", en eso la interrumpí "¿crees que después de cinco días no sé cuánto vale un cuc para ti? ¿sabes por cuánto comí ayer? Por 18 pesos. Cubanos", se quedó callada unos segundos. Luego volvió a hablar "O si tú me das tu dirección yo podría ir a eso de las 6 por si tienes unos jaboncitos' o algo...", respondí: " mira, mejor dame tu calle y número y a las 6 llego yo a comer porque ya no traigo para estos dos días que me restan..."; "¿entonces ya no tienes plata?, no pues será para la otra". Se fue.

¡Tu puta madre cubana!

Después de la muina seguí caminando y -al fin- encontré una calle conocida que me llevó al Paseo del Prado. Los domingos los artistas, de muchas regiones, ponen a la venta sus piezas.

Qué tristeza que cosas tan buenas quizá nunca sean conocidas. Porque el talento al menos en las artes plásticas está derrochado.

Me detuvo un colorido óleo sobre tela de una mujer mariposa donde al par de minutos se escuchó un "¿te gusta?", respondí que mucho y dijo "cuesta 30 cucs pero te lo dejo en 20". Puedo morir de hambre pero tengo la decencia de no minimizar el trabajo de un artista. Le platiqué los días previos y de repente con voz alzada se quejaba de los cubanos abusivos, de la mala fama que hacían general y de cómo vivía el artista en ese país. Qué pena de veras que no podamos ver tanto por ya no sé a qué culpar. Él no vive en La Habana, dijo que era algo así como 'más cerro', le comenté que a pesar de, pensaba volver cada que pudiera (soy perro que traga mierda, todo parece indicar), como todos los hombres de ahí preguntó si estaba casada pero, a diferencia de los otros, no me ofreció matrimonio. Le comenté que pensaba volver pronto y ahora sí gastaría en cosas que valieran la pena. Filiberto Romero Jiménez, es su nombre.

Con la mirada al piso y pateando mi bote porque sabía que no podría comprar nada de lo que viera, seguí avanzando (por el centro del paseo para no dar tantas negativas), vi unas cosas raras que tuve que acercarme porque mi 4.5/3.0 de astigmatismo no me dejaron ver de lejos, yo con la pena de saber que me negaría, buscaba no encontrarme con la mirada de la señora que las hacía. Tomé un dije en forma de gallo que resultó particularmente gracioso y en eso una voz gloriosa dijo: "diez pesos cubanos", mi yo de 7 años a la que le daban 2 mil pesos de domingo habló vuelta puro entusiasmo: "¡tengo un billete de diez!". Se lo di y me sentí grandiosa con mi dije de gallo; pareciera que la señora se emocionó más por mi gusto y en eso inició hora y media de plática. No puedo decir su técnica y material porque temo que alguien lo patente antes que ella. Mercedes Bent, casi como los autos pero soy mejor, dijo. Licenciada en geografía, jubilada del ministerio de educación por su período del 1970 al 2004. Recién viuda de un escultor en madera que le enseñó a hacerlo también. Tengo un dije en forma de gallo que me costó menos de 7 pesos mexicanos. Y usted se atreve a quejarse de su arte devaluado ¡Vaya cosas!

En fin. Compré otros más porque de verdad quedé encantada y la dejé con su resto de domingo y dos cucs y diez pesos míos.

Dieron las cuatro y llegué al malecón. Creo que se volvió mi lugar favorito; mi zona segura. Estuve una hora sentada viendo el mar, una especie de terapia del miedo y de ver cuánto tiempo soportaba sin vomitar. Sépase que le tengo pavor a los lugares que se ven infinitos; cuando veo el mar y el cielo divididos por nada más que su diferencia de tonalidad azulada, es momento de implotar. Pero no, nada más vomito de la angustia de sentirme ínfima y vulnerable. No sé si sirvió esa hora pero no saqué mis entrañas por la boca, o quizá será que no había desayunado, nadie sabe.

Me levanté y seguí caminando. Seguí y seguí como una maldita desquiciada hasta que vi que, otra vez, me había perdido. Regresé siguiendo mi rastro con olor a derrota y de tanta; creo que me cansé, vi un café muy fancy y no me quedaba tan poco para estos días -después de haber aprendido a gastar- y decidí dar una comida sin miedo al precio. Hija de la chingada, Anita, ya quiero que vayas a México para tratarte sólo como tú lo hiciste conmigo.

Después de que escribiera la bilis, retomo. Gasté 10 cucs en el cafecito elegante.

Me volví al malecón a pedirle al mar cosas que qué te importan y así se me fue mi día. Volví a la casa de la hija de su puta madre y no estaba. Igual tiene algo de moral y le da pena. Perra.

Mañana es mi último día -bendito Jah-, voy a dar una última caminata antes de irme y voy a ir a la casa de Mercedes. Si me sobran pesos prefiero romperlos o tragármelos antes que dárselos a otro cubano malilla.

Viéndolo bien, mi domingo fue catártico.

Hubo algo irónicamente poético en mis días de pobreza en La Habana. Qué cosas.

30.11.14

Cuba

A las 8 de la noche ya estaba instalada y limpia por el duchazo con agua helada que tomé, me dio pena preguntar por el agua caliente. Escribí tres páginas en la libreta que me dio Emma en un viaje a Guadalajara que hice hace un par de meses pero mi tinta se terminó; me va a cobrar impuestos Fidel. A las 8:30 quedé dormida y, fuera de todos mis horarios, desperté a las 2 de la madrugada pensando en... Cosas. Cosas que sí y cosas que ¿por qué no? Cosas que no importa en qué huso horario me encuentre; mi cerebro no sabe de geolocalizaciones. Escucho a Real de Catorce y vuelvo a pensar en el daño que me hice al idealizar un amor violento por amar Beso de Ginebra y buscar ser la Wanda de un Hank. Mi aleteo de la mariposa pudo haber sido el haber ido a ese concierto en el año 2000 y después haber salido con el que me leyó el 'there's a blue bird on my cage', dos años después.

En fin, la mariposa hizo lo suyo y yo sigo desmadrada a los treinta sin saber a dónde voltear.
Necesito las alas de un dragón para ver si esto se pone interesante.


Definitivamente.

2.11.14

Yo no le temo a la muerte.

Yo no le temo a la muerte.

Le temo a enojarme con alguien por una estupidez y no volver a verlo; a no volver a escuchar su voz; a no tocar su piel otra vez; a que ese alguien me olvide -más que yo a él-; a no poder oler de nuevo su perfume; a no probar de nuevo su sazón; a no poder sentir un abrazo suyo; a llorar por canciones que sabía que le gustaban; a los recuerdos que sólo quedan en mi memoria porque la suya ya no esté; a no tener más regaños; a no escuchar más su risa; a no reconocer su caminar; a no apretar su mano; a no verme de nuevo en sus ojos; a no poder llorar o reír juntos; a no preocuparme por él; a no recordar bien su rostro, sus cicatrices, sus lunares y sus imperfecciones; al olvido.

De ahí en más, yo no le temo a la muerte. Por mí que nos lleve a todos.

Colorín... colorado.

Después de tres días fue encontrado enredado entre sus cuerdas; una y otra, trenzadas, evitando que ese aire espeso que ya no quería respirar volviera a pasar a sus pulmones. Sus propios hilos fueron su verdugo y su salvador. Era libre al fin; ya nadie lo titiritaba.

Y la función; había terminado.

25.6.14

El hombre de barro.


Hace muy poco me creí de cristal y también quise dejar caerme para ver si podía romperme completa y alguien me ofreció esta canción.

"Lights will guide you home and ignite your bones, and I will try to fix you."


Alguna vez, anduve por un camino de esos intangibles que no se pueden tocar pero sí sentir. 

Como acostumbro a andar descalza cuando estoy en casa, sentí cómo algo se enterraba en mi talón, no dolía pero la sangre que provocó la herida hacía ver todo más escabroso. Me senté para ver qué era lo que había pisado y entonces lo encontré. 

Ya no lloraba, no hablaba, no comía, no quería ni respirar, estaba sucio, desaliñado, ni siquiera quería abrir los ojos. Digo quería porque cuando me vio, cerró los ojos más fuerte, como si esperara que lo terminará de aplastar para acabar de una vez con lo que sentía. 

Me quité del talón la pieza que me molestaba y resultó ser un brazo que se había incrustado ahí. Luego empecé a ver alrededor y había un montón de piezas que estaban regadas en un radio pequeño, donde todavía podía distinguirse que el rompecabezas estaba completo. Me lavé la herida, puse el brazo y lo demás en la esquina de la mesa y empecé a buscarle forma. 

Una cabeza, dos brazos, un torso, el par de piernas, todo estaba ahí. Como sin ganas, pero disponible para ser reparado. Seguía sin abrir los ojos. No sé si estaba perdido o solamente no se encontraba. O quizá sólo se quería perder. No entiendo porque no soy él. El hombrecillo era de barro. 

Mi abuelo me enseñó a malear el lodo cuando era niña y entonces no estaba tan perdida en la restauración de algo, porque lo era, tan simple como eso. Si hubiese sido de cristal entonces sí, por mucho que hubiera intentado pegarlo sabía que nunca volvería a ser el mismo. 

Comencé a preparar lo que me serviría para unir las partes dispersas, hacerlo moldeable de tal forma que estuviera listo para servir como cirugía a ese puzzle que, aunque completo, podía percibirse que algo le faltaba. No, no le faltaba, traía una apertura grande para esa dimensión a la altura del pecho; se veía su corazón apachurrado, casi seco. Le puse mucha agua y poquita más masa para que no se volviera un hombre podrido. Pasaron cerca de tres horas y ya casi estaba completo. Al fin abrió los ojos. Empezó a balbucear. No sé cuánto tiempo tendría así pero le costaba trabajo hilar lo que quería decir. Mientras seguía moldeando para que sus extremidades fueran firmes de nuevo. Seguía balbuceando pero ya tenía palabras audibles. Una, luego tres, luego ya pudo decir un enunciado completo que, como fue hace tiempo, no recuerdo qué fue.

Lo saqué al patio a orearse un par de horas más. Supongo ahí practicó su habla. No sé cuánto tiempo duró sin entablar algún tipo de conversación. No sabía nada de él. Volví. Y empezó. Como si fuese un acto de magia, o como si él fuese un mago, mejor dicho. Comenzó una plática parlanchína a una velocidad -que si lo diré yo- no podía con ella.

Entonces comenzó a contar su historia, misma que no vienen al caso ahora, pero mencionó que tuvo un mal momento, de esos de los que se pasan tarde o temprano, y se dejó caer. "Me dejé caer tan fuerte, que me rompí".

Tardó en sanar pero se recuperó, tiempo después estaba estoico, fuerte, y mejor que antes que cuando me hizo sangrar el talón. No lo logró solo, él sabe quién estuvo con él y no lo dejó que se aventara de nuevo. 

Como todo, pasó el tiempo y quien lo ayudó a sanar se fue; pero esta vez se enfrentaba a un hombre que ya se había dejado caer una vez por lo que lanzarse otra vez al vacío podría convertirlo en hombre de cristal durante la caída libre y entonces sí, ya no habría compostura alguna. Va a estar bien.

Todos los días se mira al espejo, recuerda lo que fue, lo que llegó a ser y lo que es ahora, mira a su perro, se alista y sale a trabajar. Erguido, de frente y sin titubeos. Los hombres de barro se regeneran, pueden ser magia; los de cristal no. 

Porque aunque la ciencia no lo explique, la magia existe. Y los magos también.






Caperuza...

El lobo del que tanto hablaba el pueblo terminó siendo un cuento del que Pedro nunca se tomó el tiempo de desmentir. El verdadero veneno no estaba en un cuadrúpedo imaginario; sino en un niño con mucho tiempo libre.

Fue algo de hartazgo, de sentir libertad, de querer creer, de querer crear y de enterrar miedos. Todavía no se encuentra la fórmula para la felicidad pero creía que eran ingredientes para lograrla. 

Ella: la caperuza rota, pero nunca quebrada. 

La de pelo azul, ojos color tierra fértil, mejillas coral y sonrisa conchas de mar. La de la sonrisa siempre dispuesta, la de los ojos de cámara fotográfica, la que tenía magia en sus letras escritas y habladas. Ella, siempre ella. 

Se adentró en el bosque, decidida a enfrentar lo que el lobo representaba pero éste nunca apareció. Pasaron las horas, entró la noche y ella seguía sentada en el tronco en el que cayó cuando ya no pudo avanzar más. No llevaba agua y estaba cansada. Comenzó a llover y como por obra de algún tipo de deidad su cabello comenzó a crecer hasta servirle de capa, cubriéndola de la lluvia permitiendo que no se mojara como pudo haber sido. Es muy valiente y siempre ve el lado bueno de las cosas, fuera del bosque tiene sus personas anclas que le permiten no irse cuando se la quiere llevar el viento. Sí, es valiente pero es frágil también. No era una tormenta eléctrica lo que comenzó; rayos, truenos y más rayos iniciaron la fiesta que no tenía contemplada. No tenía miedo. Lo tomó por el lado amable y sólo pensó en que esa lluvia era para quitarle la sed y esas luces de colores no invitadas llegaron para iluminarle la noche. Les digo que lo es todo.

El sol se asomó de nuevo y con la lluvia anterior, la humedad soltó un calor de ese que ayuda a compensar todo el frío que tuvo en la noche. Su cabello ya no era capa; en algún momento del alba se había vuelto un nido azul que le coronaba la cabeza. Ya no había hartazgo, ni miedos, abrió bien los ojos y todo era creer y crear; y era libre. La lluvia la había drenado.

Creía que buscaba al lobo y terminó encontrándose a ella misma.




"¿Quién puede decir lo que es mejor? No te reprimas por nadie y, cuando la felicidad llame a tu puerta, aprovecha la ocasión y sé feliz".

19.6.14

El ancla.

Tarde o temprano uno tiene qué aprender a vivir con sus decisiones. 


Mis decisiones se limitaban a un volado o a un de tin marín de don pin güe- como la mujer adulta, responsable y madura que soy de 30 años cumplidos. Esta es la última vez que escribo sobre el tema y no es precisamente por llamar la atención o por miradas lastimeras: catarsis, le llaman.

Me fui un año de mi ciudad porque estaba harta. Harta de todo y de todos. Creía que si no me iba, terminaría odiando al lugar que me vio nacer y de un momento a otro ya estaba en Ciudad Metrópoli; que tanto me enseñó, que tanto me dio y que nada me quitó. Viví una vida fácil y prácticamente cómoda; un buen sueldo, buenas personas, buen lugar para vivir, buen trato de aquel que me topara, todo fue bueno. Pero también me quise comer mi año de una mordida y me excedí en muchas cosas. Mismas que no me dan orgullo de reconocer, mucho menos mencionar, pero todo recayó a eso: excesos y despilfarros. Un día desperté harta de estar en DF, no despreciando la ciudad sino despreciándome a mí; por lo que era, por lo que me había convertido, por lo que había permitido que me hicieran y por lo que yo había hecho. Fue un 7 de octubre, lo recuerdo porque era el cumpleaños de mi padre y yo, después de tres días de fiesta, desperté inconsciente, en un lugar donde no sabía dónde estaba y con gente que no conocía porque mis conocidos no sé en qué cuartos estaban tampoco. Me fui a mi casa -de aquel entonces- tomé 4 pastillas para dormir y desperté al día siguiente. Entonces vi la cortina verde que quedaba de frente al lado del que dormía, el escritorio viejo, las cosas que estaban sobre él y me puse a llorar. 

Ahí decidí que ya no quería estar ahí, quería cualquier lugar, el que fuera, pero ya no más Ciudad de México. Sentí lo mismo que cuando me fui de mi tierra; que si no me iba ya, terminaría odiándolo y yo no podría hacerle eso a un lugar que me abrazó de tal manera como si me hubiera parido, pero no, yo tengo otras raíces. Duré cerca de media hora llorando frente a la cortina verde, pensando en que ya no quería esa vida y recriminándome todo lo que había hecho y dejado de hacer. No estaba arrepentida, eso es para cobardes y suficientes sustos he tenido como para acobardarme por algo así, sólo estaba triste por verme como me vi, sentía pena y lástima por mí. A partir de ahí todo fue tristeza y desesperanza porque quería volver a donde fuese, excepto a la colonia Anzures todos los días. No podía hablar con mi familia porque mi voz se quebraba, no podría hacer videochats con ellos porque las mamás tienen esa condición que raya en lo sobrenatural para identificar cuando algo no está bien con sus hijos. Y lo supo.

Al siguiente fin de semana encontré a mis papás afuera de mi casa esperando a que despertara, para mi buena suerte ese día no salí como acostumbraba, estaba harta de la fiesta, de la gente, de todo. No, estaba harta de mí, más bien. Los vi y me puse a llorar, sabían que algo pasaba. 


- ¿Qué tan triste estás?
- Tanto como para irme a donde sea pero ya no estar aquí.
- Ay, hija. Deja todo y regresa con nosotros.
- No puedo, mi trabajo está aquí.

Mi mamá a mí.

Fueron 3 días en los que olvidé todo y sólo eran ellos y yo. No había más que el bonito Distrito Federal, al que mi padre ama incluso más que yo, mi mamá y yo, paseando por el centro hasta que no rendíamos más. 

En mis días previos a que llegaran mis papás, platiqué con mi jefe laboral y le dije cómo estaba la situación; como nadie -ni yo- imaginamos, dijo las palabras que me devolvieron las ganas de respirar otra vez: "Mira, nuestro trabajo es prácticamente estar conectados, en todos los aspectos, te veo y no estás bien, después de febrero puedes irte a trabajar a donde quieras". Me volvió el alma, exista o no, al cuerpo. 

Aún así me parecían años esperar de octubre a febrero, que luego se postergó a abril pero eso ya es otra cosa.

Un día, llevé a mis papás a una cantina de mala muerte para que conocieran lo bonito de la ciudad. Esa vez, iríamos a festejar el cumpleaños de lo que se volvió mi ancla, mi fuerza y mi todo para que yo pudiera estar lo que restaba de tiempo allá. Dejé a mis papás, se fueron a mi casa y yo me quedé con mi ancla. 

Según planes, varias personas asistirían pero al final sólo fuimos él y yo. Le llevé un regalo pequeño pero lo mandé hacer para él, fue bonito. Nunca estuvo en mi línea de vida liarme con él, ni siquiera sabía si iba a tener de qué platicar habiendo faltado todos. Ya estábamos ahí y empezamos a tomar y hablar, y fluyó y fluyó la conversación, nadie la encaminó a nada, ella tomó rumbo sola. Resultó que era más interesante de lo que alguien podría imaginarse y pues...me fui de hocico.

A partir de ahí empezamos una relación, yo me sentía orgullosa porque al fin estaba con un hombre, porque eso es, un hombre en todos sus aspectos. Cuando hay admiración; hay todo. Y yo no podía dejar de verlo, de oírlo, de atenderlo, de preocuparme y de tratar de hacer lo posible porque estuviera bien. Todo de lo que hablaba le apasionaba, aprendí tanto y me sentía tan estúpida cuando él hablaba, sentía que no sabía nada, era una hoja en blanco. Teníamos miedo porque sabíamos que yo me iría pero tratábamos de no pensar en eso. Al final de cuentas el día llegaría y tendríamos que enfrentarlo. Pero mientras llegó, no puedo alegar nada en contra suya, nada. No puedo decir que fue perfecto porque nada lo es, pero hizo que amara más todo y aprovechara mi tiempo allá. Me quiso, lo quise, nos quisimos. 

Se llegó el día de que me fuera y sí, me dolió mucho. Imagino que a él también, o eso quiero pensar. Quedamos en intentarlo a la distancia. Yo no pude.

Sin más detalles de los que ya he dado, que son bastantes, traté con todas mis ganas de seguir pero no, en verdad no pude. No fueron falta de ganas, ni de cariño, ni de querer, no fue nada de eso. Estaba en un mal momento y lo estaba llevando conmigo entre mi miseria. Él merecía todo, menos que alguien como yo lo tuviera con esa zozobra. 

Un domingo se inició el tema y de ahí explotó todo. Errores de percepción de parte suya. Yo estoy segura de lo que sentí pero no puedo lidiar con sentimientos ajenos, y con los días, aprendí que tampoco era mi culpa. Cuando quieres tanto a alguien que le deseas lo mejor y sabes que, al menos en ese momento, tú no lo eres, no queda más remedio que quitarte y no seguir truncando caminos que no vas a ayudar a hacer más firmes. 

Sí, lloré mucho. Aunque yo haya sido la que así lo quiso, no dejó de doler y aquellos que me conocen fueron testigos. Yo no puedo meterme en la cabeza de nadie para quitarle una idea y no es mi intención hacerlo. Me quedo con lo bueno porque de malo no tengo nada qué decir. Que, otra vez, yo sea la perra que se va, no ayuda pero sé que se me va a pasar. Como todo lo mundano, nada es para siempre; ni la tristeza, ni la alegría, ni la vida siquiera, menos este licuado de sentimientos que todavía no me deja dejar de pensar en si hice bien o cometí el error de mi vida.

Tapé un duelo con otro. Dejé de llorar por mi ancla, que ya no era mía, para comenzar a llorar por un duelo verdadero: la muerte de mi primo que tenía varios años vegetando. 

Dicen que un dolor sólo se tapa con otro más fuerte y mi nivel de persona adulta sólo quiere otro tatuaje para recordar, y ya no, todo lo que pasó entre mayo y junio del 2014.

Sé que en un año voy a leer esto y no voy a recordar ni porqué lo escribí.

Un día escribí un tuit' que decía más o menos así:


"No pretendo ser un parteaguas en tu vida; lo único que quiero es que no aceptes menos respeto, admiración y amor del que yo te di".

Lo sigo pensando. Quiero pensar que fui una liana para que él volviera a creer. Y que recuerde que no todo lo que hice fueron cosas malas, nada que lo lastimó lo hice a conciencia, tampoco voy a seguir defendiendo un punto que tengo bien claro.  



Ojalá le vaya mejor que a mí. Se lo merece. 
Ojalá mi primo ya descanse. Se lo merece.
Ojalá yo ya deje de pensar y empiece a pasar. Me lo merezco.




Ahora sí. Fin de la historia. 

Y hasta siempre. 







PD. Si no lo escribía, vomitaba. Prometo un cuento para la próxima.

7.6.14

Ahora es brisa; ahora es paz.

Ayer; yo en mi estupidez de ser egoísta y sentirme triste -por idioteces-, tuve un pensamiento: hoy amanecí como con ganas de no estar, me dije.

Luego me hablaron por teléfono para decirme que él estaba grave. Fui a comprar tres cervezas y, como ya no quiero llorar, me puse a platicar con mi abuelo -el muerto-, a Dios, al limbo, al Diablo, al unicornio azul, al ratón de los dientes, a todo lo inexistente o inventado, a todo lo inanimado o a todo lo que necesitaba agua, aunque seguí platicando con mi abuelo, que es el único que a veces me responde. Le pedí, le rogué, le supliqué que lo ayudara a pasar y como siempre, lo hizo. Brindé por él y por su nueva muerte, porque vida ya no es, le di gracias por lo compartido y le dije en voz alta "estamos bien, estarás mejor. Hoy es el último día que respiramos el mismo aire".

Descansa en paz, mi niño. Ya no despiertes, aquí hay mucha mierda, que bendigo a lo que sea, no te tocó ver y no serás testigo de lo que siga.

Gonna rise up, burnin' black holes in dark memories.

En otro plano, en otro espacio, en otros sueños y en otras risas nos volveremos a ver. Yo ya no puedo llorarte porque para mí estás bien. A veces hay que ser egoístas con uno, tragarse el dolor y pensar en que el otro va a 'estar mejor'. Me da gusto que hiciste de tu vida lo que te dio la gana, algo que muchos no nos atrevemos. Hasta luego y para siempre. Gracias.

In another life, when we are both cats. Te quiero, muchacho.

27.2.14

Entre la Ciudad Verdugo y el amor de cuatro paredes.

Él estaba del lado extremo de la sala. Pasando el salón con piso de ajedrez se podía llegar hasta él pero esperó más concurrencia para que nadie sospechara el mínimo ápice de lo que fuera. En ese lugar todo es mal visto, incluso, el que unas manos estrechadas para saludar estuvieran unidas por más de cinco segundos podría generar rumores. 

En el umbral de la puerta, una señorita delgada, de cara sobria pero linda, recibió un par de ojos verdes enfundados entre gris y blanco, colores aptos para la recepción que se llevaba a cabo, el par de ojos revisó el lugar, como un escaner en cuestión de segundos, dando de inmediato con el hombre al extremo de la sala. 

Como si fuera un juego, comenzó a moverse lentamente, precisamente, inteligentemente; primero en forma de L, seguido de una diagonal cual alfil blanco, como su piel, hasta llegar al peón que protegía al entonces rey.

Llegando al rango más bajo en su jugada todo fue más fácil; cuestión de que el mesero le ofreciera una copa de tinto para que el par de ojos ya estuviera en posición de jaque. 

Fue entonces que pudieron rozar sus manos -no por más de tres segundos- para proteger la solemnidad del protocolo que Ciudad Verdugo exige. 

Hablando un poco de ese lugar, describiré breve pero de manera específica: Ciudad Verdugo es en donde tienes permiso para nada pero lo puedes hacer todo; siempre y cuando lo hagas a escondidas, de lo contrario la sociedad de la misma se encarga de crucificarte con métodos arcaicos adecuados a la época actual. Puedes ser una puta que cada domingo le pide perdón a su Dios; un asesino pero ejemplar padre de familia; una madre alcohólica que paga una niñera para que haga lo que a ella le corresponde; puedes ser infiel, desleal, corrupto, ruin, un asco de persona, puedes ser el Diablo mismo, sólo procura que nadie se entere. O sí, se entera el mismo tipo de basura que saben que no pueden atacarse entre ellos. Entre perros no se muerden, sólo pueden ladrarse. La sociedad de esta ciudad es cómplice debajo de la punta del iceberg. Todos sabemos todo pero nadie dice nada. La punta del monstruo de hielo es lo que la gente ve, lo que la gente juzga y lo que la gente señala. Hipocresía pura que tiene la misma validez que un ateo jurando ante una Biblia. 

Retomando... Después del esperando encuentro, cruzaron palabras hablando de nimiedades; amigos en común, planes, finanzas, etc. Aunque lo único que se respiraba en ese espacio con 30 centímetros de proximidad el uno del otro, era ese olor a deseo, a carne, sucio pero no, yo diría que hasta tierno, ese olor a ganas de ser amor; porque el olor a sexo puede estar en donde quiera, pero esto era -o parecía- real. 

Al paso de la noche, y de los tragos, la cercanía fue siendo mayor, ya no importaba tanto si alguien con síndrome de halcón estaba al pendiente. Los roces eran más frecuentes, las manos en la espalda, en la nuca o demostraciones de afecto menos cuidadas. Era un grupo de seis los que departían en la misma mesa que, como granos de mazorca a medio desgrane, fueron cayendo de uno por uno hasta quedar sólo ellos. Podrían haber hablado pero no se sintieron cómodos por lo que decidieron coincidir en los sanitarios. 

Se abre la puerta del baño de hombres, el tipo del extremo estaba sentado en el lobby cuando vio entrar los ojos verdes que tanto había querido mirar a solas entre la muchedumbre, los ojos enfundados en un traje gris, con mancuernillas de oro, camisa blanca y corbata a rayas, de 1.85 metros y 80 kg. No hubo tiempo, cordura, ni ganas de negociar. El hombre del extremo sólo tenía una oferta; cuatro palabras para el par de ojos en los que habría querido perderse toda la noche: amor de cuatro paredes.

Los ojos verdes se retiraron del lugar sin hacer más que nada; con sus ilusiones y orgullo rotos, resignado a perder a un cobarde por el que jugó una partida cuasiperfecta de dos movimientos para llegar hasta el rey esa noche. Un rey preso entre sus juicios morales, sus negaciones y su valor nulo para enfrentar la verdad.

Al final de cuentas sabe que Ciudad Verdugo no perdona. La reina, tampoco.




Cuando aceptemos que el amor es amar a la persona, no al sexo que porta, entonces habremos avanzado como sociedad. Mientras, sigamos jugando a Ciudad Verdugo, sé que de la que hablo, hay bastantes todavía.


6.2.14

Éso.

El mejor amigo de mis papás tiene cáncer.

- Hola pa', nada más hablo para que me des la mala noticia ¿quién murió?
- No hay noticias de esas hoy hija, te falló. Qué bueno.

Ayer hablando con mi papá.

Soy ave de mal agüero, dicen en mi rancho.

Una ansiedad de muerte no me dejó respirar bien ayer; comenzaba a hacerlo desde el pecho y no del estómago; mi mano izquierda estaba dormida; no dejaba de vomitar y sentía éso. Éso que siento cuando sé que viene una mala noticia; el hueco en el que meto mi puño a la altura del corazón para apaciguar sus latidos cuando llevan prisa. Éso que me obliga a jugar Tetris porque en mis maneras poco ortodoxas de perder mis pensares está el acomodar cuadritos hasta romper mis propios records. Éso que me hace escuchar una canción con 20 instrumentos hasta identificar el sonido de cada uno cuantas veces sea necesaria. Éso que me gusta hacer y no. Porque cuando lo hago sé que es por la misma razón de siempre: irme de mí.

El estado zen de estos últimos días no viene con el instructivo de qué hacer en caso de que sepas que la muerte de alguien a quien quieres desde que recuerdas está merodéandolo. Sólo ves una mancha negra que se disipa entre los baos humanos en medio minuto; sabes que está cerca. Quizás sí o quizás no. Tal vez sólo vino de visita y hace un estudio de tiempos y movimientos. A lo mejor sabe que a veces es necesaria su presencia para acomodar ciertas cosas que no encajan. O puede ser que esté respirando en mi hombro; se acueste en el lado vacío de mi cama o me acaricie el pelo mientras duermo. Aunque no sea yo su objetivo me sabe débil y quebrantable. Sabe que si a algo le temo no es a la muerte en sí sino a la ausencia póstuma. Sabe que mi estabilidad emocional es tan fácil de romper como poner a un montón de chiquillos a jugar en una cristalería. Sabe que me está poniendo a prueba. Sabe que la palabra cáncer no me gusta ni en el zodiaco.

- Hola papá, ¿Cómo está? ¿es puto cáncer verdad?
- Sí, mhija'. Cáncer de próstata.

La llamada de hoy.

Soy ave de mal agüero, dicen en mi rancho. El mejor amigo de mis papás tiene cáncer.

El compañero de toda la vida de mi mamá al que sólo le lleva dos años de diferencia; su confidente; su hermano; el hijo de mi abuela; mi tío; el señor bonachón al que quieres hubiera o no lazo de sangre tiene cáncer y yo tengo una necesidad muy cabrona de jugar Tetris.

29.1.14

I think i'm doing ok, dice la canción y yo le creo.

Un día laboralmente furioso estuvo a punto de impedirme que me sentara a escribir pero me pareció demasiado ingrato.

“these are my words that i've never said before,
I think i'm doing okay, and this is the smile that i've never shown before…”


Gracias.


Todo giró en torno a esa palabra. ¿Señales? ¿Casualidades? ¿Causalidades? No se sabrá, pero gracias.

Empecé haciendo una llamada a mi madre donde me dice que uno de mis tíos está muy grave de salud y se espera el peor de los escenarios, no sé si sean fatalistas o si en verdad el panorama no sea nada bueno. Después de más o menos veinte minutos colgué con la misma frase de siempre: cuídense mucho, los quiero. Y gracias por todo –añadí ese último enunciado que poco lo uso con ellos y colgué-.

Ese gracias salió de no sé dónde, como por voluntad propia, como si yo fuera de mi voz y no ella de mí; no me molestó. Acto seguido me vino un flashback de hace pocos días en que mi hermano, me agradecía todo lo que había hecho por él. Le pregunté qué había sido, yo no recordaba. Me respondió: “primero; por existir. Segundo; porque fuiste la primera que me ayudó cuando yo estaba en crisis de todo, cuando tenía que pedirle a mi papá –ya teniendo familia- porque no podía conseguir trabajo y me diste parte de tu pago para comprar lo que pudiera aunque a ti no te sobraba tampoco, lo tomé porque eras tú; contigo no me daba pena ni me sentía miserable, eres mi hermana”. Comencé a reírme porque no recordaba eso; tampoco que lo tuviera tan presente. Mi familia es católica; yo no. Entonces cerró con un: “que Dios te bendiga siempre y te dé multiplicado lo que le has dado a tantos y ni siquiera te das cuenta”. Seguí riéndome pero no en burla, en verdad me daba gusto/alegría saber que había hecho algo bueno, una vez siquiera. Más cuando viene de una de las personas más inexpresivas de afecto que conozco; él.

Tuve sonrisa idiota toda la tarde. Me puse a rondar por Twitter vi la publicación de una amiga cuyo novio se tatuó un Gracias en el brazo; creo que por primera vez entendí el mensaje. Vi por lo que estaba rodeada en ese momento, hablo de cosas materiales, sí; pero más que eso era ver la historia que tenía cada una que estaba a mi vista, era ver a cada persona que me había dado algo en esa tacita, esa lámpara, esos dibujos, esos libros, esa flor. Todo era perfecto ahí, donde estaba. Y di gracias hasta de mi caída de hace dos semanas que me tiene entre postrada y no, porque siempre me levanto. Más o menos idiota, pero lo hago.   
Seguí trabajando, recordé que cumplía años mi cuñada y la felicité; respondió (literal): “Muchas gracias, y muchas más porque gracias a ti mi felicidad está completa, porque por ti conocí lo más hermoso que me ha pasado en la vida que es tu hermano, y gracias a eso existe mi pequeña; tú hiciste que mi vida fuera plena… gracias a ti por todo”, no lloré.

Claro que lloré, pero muy discretamente.

Entonces vi mi vida en perspectiva. Estoy en ese punto que ni sabía que podía existir y soy la única que no lo apreciaba. Estoy rodeada de quienes tienen, quieren y deben estar. Seguí trabajando, trabajamos mucho todo el día pero no dejaba de pasar por mi cabeza toda lo que tengo qué valorar. Desde las partidas de madre que me han dado; las personas que no me quieren; los no’s que me han quebrado; los sí’s de los que me he arrepentido; hasta aquéllos que dan su brazo por mí; ésos que no importa qué, saben ser; y más por esos otros que no comparten lo que yo pero lo respetan y siguen viéndome como lo que soy, un asco de persona muy afortunada.

Tal vez tenemos tanto qué agradecer, que nos hacemos flojos como para recordarlo y por consecuencia, malagradecidos.

Tal vez deberíamos tatuarnos esa palabra para que, cuando lo olvidemos y andemos volando alto sin recordar lo que pudo haber costado, tenerlo en cuenta.

Porque un Gracias nunca va a sobrar. Ni soy muy creyente pero por alguna razón estoy bendecida, todos lo estamos.

Estoy en medio de la tabla para mantener el equilibrio, es muy difícil, cualquier cosa te quebranta, te desconcentra, pero intento seguir así. Si algo hay que tirar; lo tiro. Si algo hay que cargar; lo hago. Estoy en ese punto en el que le agradezco al perro que me ladre porque de tantos me eligió a mí, estoy en un pinche punto malditamente bueno y, por primera vez, Estoy dispuesta a defenderme de mis propios boicoteos.




“…all the mistakes, one life contained they all finally start to go away. Now that we're here its so far away and i feel like i can face the day. I can forgive and i'm not ashamed to be the person that i am today”,



Ah, claro. Gracias por leer.
Más importante que llamarse Ernesto, es elegir la banda sonora de tu vida.