21.5.12

Del temor y los mismos viejos miedos.


Escribir sobre lo que sea siempre será difícil, mucho más si sabes que alguien más puede leerlo.

Estamos en la época en que gozamos de todas las herramientas para ser usadas en nuestro beneficio pero lo único para lo que tenemos habilidad mental es para evitar el ridículo. Mismo que se traduce al miedo a la burla de otro por uno mismo.

No cantamos por temor a que critiquen nuestra no muy agraciada voz, no escribimos por temor a que lean lo que quizá pueda exceder el límite de lo personal y alguien pueda ser muy listo e interprete metáforas descubriendo nuestras proyecciones más escondidas. No usamos colores llamativos por temor a ser señalados porque, para muchos, existe un tope para poder usar algún color en nuestra vestimenta, a tal edad, para algunos está socialmente mal visto salir de la gama de tonos grisáceos o neutros. Estamos grises por fuera y con ollín por dentro. No ponemos tinta sobre nuestra piel por temor a que un corporativo rechace nuestra solicitud de empleo. No sonreímos descaradamente por temor a mostrar nuestra dentadura que no es perfecta, triste y ciertamente los que sonríen así, son los que menos ganas tienen de dibujarse sonrisas en el rostro. No nos acercamos a esa persona por temor al rechazo, incluso sabiendo que de un "no", no puede pasar. No opinamos porque en este país la palabra libertad ya es subjetiva y tememos a las represalias. ya ni siquiera volteamos a ver el sol directamente por el temor al daño que éste pueda causar a nuestros miopes, astígamtas y defectuosos ojos. No tomamos clases de nada nuevo porque, damos por hecho que fracasaremos y el temor vuelve, como el niño que te molestaba todos los días poniéndote un apodo diferente a la hora del recreo en la primaria. Siempre temor.


"the same old fears"


Vivimos en tiempos donde tenemos todo de nuestro lado y al contrario, vamos dejándolo pasar por el juicio de alguien más que, irónicamente, también teme a ser juzgado.


Es el tiempo en que con frecuencia la gente ya no sabe sonreír sin segundas intenciones, donde todo es corrompible, donde día tras día te enteras de que a alguien "le llegaron al precio", los ideales eran de hielo, con este calor, ¿cómo pueden mantenerse, verdad? sí, hay qué comer pero ¿bajo qué precio?. En el ahora "valor/valores", sólo se respeta en la RAE. Nuestros tiempos de abundancia y a la vez, el índice de personas que no tenemos idea de con qué llenar los vacíos que nos quedan va a la alza. También es ese tiempo.


Estamos sucumbiendo al "ser robot" para remplazarlo por el "ser humano", una máquina que opera otra máquina sin criterio, sin sentir, dejándonos guiar por unos cuántos que forman un círculo vicioso siendo manejados por alguien con mayor jerarquía.


De niños nos enseñaron el concepto "libertad" que hasta que terminas secundaria, bachillerato quizá, crees que existe. Después te das cuenta que es una libertad a medias. Si ser libres significa que no exista un certificado de pertenencia con el nombre de nuestro dueño, lo somos desde ese punto de vista. Lo difícil viene más tarde, cuando de repente razonamos que nuestra libertad se coarta al momento de que a alguien que goza de mayor poder que nosotros, no está de acuerdo con lo que expresamos ya sea por diferencias ideológicas o porque simplemente no le favorece. Por lo mismo, si esto así se manejará durante cierto tiempo, entonces desde infantes deberían prepararnos para saber que en edad adulta el concepto de libertad es casi utópico y que gozarás de una libertad tibia, impuesta y no propuesta. Formarnos desde niños para entender que siempre seremos parte de un sistema cíclico, viciado, bien organizado y que, te guste o no, deberás adecuarte a él. Prepararnos desde que tenemos memoria para saber que ser libres no es lo que dice un diccionario sino lo que nos permiten hacer unos cuántos que tienen más poder que la mayoría.


Seguimos en la etapa en que quizá somos muchos queriendo levantar la voz pero siempre seremos la marioneta de otra marioneta. En donde la gente, lo he dicho antes, llora más y ríe menos, llora más por desamor y ríe menos por déficit monetario. Mire, de amor, nadie muere, muere porque el idiota deja de comer, porque decide sufrir; tampoco de dinero fallece, es posible que se lo traguen las deudas, le provoque un infarto por el estrés o, en el peor de los casos, se cuelgue de la viga de su patio mientras sus hijos van a la escuela. Bonito escenario, traume a su familia porque no pudo pagar la hipoteca de la casa, por comprar a 48 meses sin intereses o por darse las vacaciones que usted sabía no podía costear, todos sabemos hasta donde tenemos permitido, que no lo consideremos, es responsabilidad propia. La ambición para dejar a un lado la mediocridad es permisible, pero a costa de lo que sea es despreciable, una reverenda basca. 


Es hora de cantar lo más fuerte que puedas, subir a un cerro y gritar lo que te apetezca, lo que ames o lo que te moleste. Hora de sonreír con tus dientes imperfectos; muestra las resinas, las amalgamas y los puentes, también esas son heridas de guerra y las heridas de guerra como lo que son, hay qué portarlas con orgullo porque traen una historia detrás. Es hora de voltear al cielo con tus pies descalzos hacia arriba y morir de la risa porque una paloma te cagó el cabello, o la cara, o la mano que está entrelazada con la tuya mientras le encuentras forma a las nubes. Es hora de que madures y no te escondas de la lluvia, ella no lo hace de ti, porque aunque arruine tu bonito vestido o tu cabello perfecto, a las 5 de la tarde puede provocar el arcoiris más brillante que pudieras haber visto, te dará el olor que quisieras guardar en una cajita para cuando extrañes el agua sobre la tierra y poder aspirar con la fuerza de tus pulmones, como queriéndote tragar el olor a tierra mojada. Es el momento ideal para caerte y reírte de ti mismo.


Estamos en edad de hacer el ridículo y tener historias que contar a nuestros descendientes. Las mismas historias que contaremos una y otra vez, como nuevas cada que alguien pida que hablemos de ellas. Porque lo senil será nuestro compañero después de los setenta años. 


Dicen que de los errores se aprende, si no aprendiste, entonces el error fue echado en saco roto y el dolor de aquel momento también. Aprender a deshacernos de los miedos de siempre y como va. Sabemos que después del suelo, sólo hay un infierno (que sólo los muertos saben si existe) esperándonos con sus puertas abiertas.


Anímese a ser lo que quiera ser, pero sea el mejor...


"don't be, another brick in the wall"


Soy muy pertinente cuando no se trata de mí, ¿le doy un consejo?, haga lo que le dé la gana, las consecuencias vienen en bolsas biodegrables, no les tenga tanto miedo.


El temor entre muchos, se convierte en partículas poco visibles.





Y haciendo referencia a un genio musical inglés:


 "together we stand, divided we fall".








Este texto fue escrito el 28 de mayo de 2011, no tenía tinte político alguno. Ahora tampoco, gozo de la libertad de expresión que, todavía, me queda



9.5.12

¡A la madre!


Comencé a llorar cuando le hablé sobre algunos sueños que había tenido años atrás. Se rumora que fue a partir de eso que, inconscientemente, opté por dejar de dormir. “Si voy a soñar esos escenarios, prefiero estar despierta siempre”, le dije. Ella sólo fruncía el ceño como soportando la gota de su ojo izquierdo que quería salir pero estaba, muy pertinente el lagrimal, esperando el momento adecuado para escupir el llanto.

Y comenzaron las verdades. Verdades que debieron haberse dicho hace doce años pero el juego favorito de las familias es el tabú, es fácil la mecánica y creo que muchos la conocemos: vetas un tema y todos hacen como que no pasó, tiempo después sale a flote la escoria que ahí se guardaba.

“Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”, lo dice Tolstoi y yo le creo. Todas las familias son felices cuando se respeta el tópico que se establece involuntariamente. Todas las familias saben de qué no se debe hablar o cuándo se debe callar. Todas las familias son el retrato perfecto para ellas mismas. Cada una carga su tragedia y sólo ellos saben qué contiene la maleta que está en la recámara principal.

Me senté recargada en el pilar azul de la cocina y comencé a lanzar historias a nombre de alguien más cuando no eran más que las propias. En quince minutos descubrió que estaba hablando mí. La señora comenzó a llorar. “- No pensé que sufrieras tanto. – No es así, no siempre se sufre, nada más me tocó ficha roja en la tómbola, no te preocupes. – De haber sabido que ibas a ser como un payaso, no te habría tenido, en serio, ¿me vas a perdonar un día? – Aquí no hay perdones qué pedir porque no hay motivos para arrepentirse, el sufrimiento es opcional, el dolor no. Quédatelo. – Te oyes tan madura, perdóname todo”. La honestidad está llena de lágrimas, yo no sabía pero con el tiempo lo fui notando. Y anotando también para cada que se me ocurriera ser sincera llevar pañuelos desechables.

No debería, tres años al hilo he hecho llorar a la mujer que me parió en días previos al de la madre. Creo que es para recordarle lo bien que ha hecho su papel. Tres años llorando tres horas en sus brazos, como si tuviera ocho de nuevo, con el miedo de la chiquilla que odiaba la lluvia porque creía que iba a matar a su papá en un accidente automovilístico cuando eran las diez de la noche y él no llegaba. De repente me convierto en la niña que quedó paralizada y tuvo que ir en silla de ruedas ante una tormenta mientras la querían evangelizar en el catecismo. Yo digo que era el Diablo rehusándose a mi educación católica, ahora inexistente, mi madre dice que soy sensible y que no le gusta que mencione al Diablo porque puede aparecer cuando menos lo imagine, nada más. 

“- El Diablo, si es que existe, ya está entre nosotros, ma’. – Te digo que no lo menciones, exista o no. – Le tienes más miedo a algo que te han inventado para controlarte que a todo lo que está a tu alrededor. Le tienes miedo a la palabra por sí sola. Así somos, le tenemos miedo a las palabras, sólo que tú le temes a otras diferentes a las mías”. Siguió llorando, pidiendo perdón por, según ella, haberme traído a este mundo que ahora me parece tan feo.

No había motivos para pedir perdón, ni de ella ni míos, pero insistía en pedirlo.  “- ¿Quieres que te perdone por nada?, bueno, prométeme algo, si es para que te sientas tranquila, dime que harás lo siguiente.  – Tú dime, que yo lo haré. – Va. Pon atención, que no quiero que se te pase nada y te lo voy a enlistar. – Ya dime.”

 - Prométeme llorar y no tragarte el llanto cuando así lo sientas;
 - Decir lo que te molesta o lo que no te parece;
 - Hacer el ridículo conmigo o sin mí;
 - Abrazar todo lo que quieras, cuando quieras, donde quieras;
 - Dejar de ver para comenzar a apreciar, aprecia, má’, los colores naturales que nos da la tarde son dignos de cualquier postal;
 - Siempre besar la frente de tus nietos, de tus hijos, de tu esposo, de tu prójimo.
- Promete respetar a los demás aunque no estés de acuerdo, no ser prejuiciosa.
 - Cantar y cantar, como si no hubiera canción que no supieras, pero lo más importante, má’…
 - Prométeme nunca dejar de reír, reír de todo y de todos, de ti, de mí, de las desgracias y de los buenos momentos, carcajear hasta que te duela la panza, contagiar una risa al que esté al lado tuyo. Cada vez la gente ríe menos y llora más, yo quiero ver llorar a la gente de risa, hasta que sientan vomitar de no poder más. ¿Quedamos?

Ya, la vida me dio una madre muy llorona y siguió así hasta que la mandé a dormir. Si por mí fuera, cada uno sería mi madre para hacerlos prometer lo mismo pero no todo se puede. Eso sí, la risa como filosofía de vida la convierte en más llevadera, me han contado. Quizá este no sea el espacio correcto, quizá me vale madre decir que puedo sobrevivir de orgullo en pensar dónde me tocó nacer, quizá es mi escrito y aprovecho para derramar toda la cursilería que me apetece, en un momento todo puede convertirse en un quizá.

Ah sí, remató con un: “respira profundo, todo se pasa, por si no te acuerdas, lo tienes en la nuca, ya verás, mi niña, no todo está perdido, ni se va a acabar, la vida es un picnic”. Fobia, siéntete soñado porque una señora de 58 años sabe un fragmento de tu canción.

“Porque la vida es una, má’, y ya estamos aquí”.


Se lee difícil, pero yo también tengo madre. 
Más importante que llamarse Ernesto, es elegir la banda sonora de tu vida.