18.2.15

Y jugábamos...

Aquí lo difícil fue que lo que a mí me parecía mal; tu creías que era un juego.

Como los juegos del parque, los de metal que tenían una hoja levantada y terminabas con seis puntadas. O los de madera con los que las astillas se metían entre las uñas y debían cortarte a la altura de de la mitad del dedo para poder sacarte esa astilla.

Esos juegos que a unos divierten pero al que está arriba; le duelen.

Si no hay acuerdo; no hay juegos. Bien simple la cosa que es después de los 28.

15.2.15

El Gato y Yo.

Sí, yo también he estado ahí; así.

Con las persianas entreabiertas y los ojos igual, esperando ilusamente que si no abro los ojos, el sol no aparecerá y, por consecuencia, no me calará cuando los abra, al igual que las persianas.

Con el gato en la esquina de la cama, luego en el lado derecho hasta llegar a mi cara. Aunque duermo con las cobijas hasta arriba, se las ingenia para meter su cola y hacerme estornudar, tan sigiloso sin ruido alguno, tan astuto, tan tramposo; como esperando a que me levante para ponerle leche en su plato. Dicen que los felinos son muy independientes y por eso lo preferí a un perro, me da flojera cuidarme a mí, creí que un gato sería fácil pero no; son latosos, a veces desordenados y convenencieros; cuando quieren, ronronean y se acurrucan para que les hagas caso. Estoy describiendo a un humano promedio; prefiero los gatos.

Apenas son las diez de la mañana. No hay necesidad ni de abrir los ojos; ni mucho menos las persianas pero el gato logró que lo hiciera. Hay leche para él o para mí. Se la sirvo a él porque mis antecedentes me hacen vomitar si consumo algo antes de las once de la mañana. Alguien en la casa es feliz, al menos.

Prendo la computadora esperando un sinfín de notificaciones y correos electrónicos para calcular la administración de mi tiempo según la densidad de lo importante. Spam, en su mayoría invitándome a comprar vuelos a Sudamérica. No es momento, no hay lujo para darse ese momento, pienso. Los descarto y en vista de ningún correo laboral, me dispongo a leer noticias, es mi trabajo. Tomo un té de hierbabuena a las doce del día mientras sigo viendo cómo el mundo pacta treguas para el cliché de las Misses': paz mundial. Sigo leyendo; sigo, sigo, sigo... tres o cuatro horas y no hay noticias alentadoras. Cierro la computadora, sigo en el teléfono y me regreso a la cama; a cerrar las persianas y con ellas oscurecerme esperando adelantar la noche.

El tiempo no avanza, tampoco el sol se va. Me rindo y abro -otra vez- la persiana, me siento a ver nada mientras el gato con su mirada profunda no sé si me tiene lástima o simplemente lo tengo harto. Luego empieza a pasearse entre mis piernas hasta que lo cargo y comienzo a acariciarlo. Después de mi compañía telefónica, es la relación más estable que tengo; en nuestro modo nos soportamos porque nos acompañamos, me doy cuenta que también estoy describiendo las relaciones entre humanos.

Escuché en un programa de TV: "los humanos me simpatizan hasta que empiezan a tener dientes"; y aunque el gato tiene muchos, es perfecto que no hable. Y nuestro trato pasivo-agresivo parece funcionar.

Yo también he estado ahí, te digo. En la mente de alguien que seguro tiene una vida como la que acabo de narrar, que no es la mía.

Más importante que llamarse Ernesto, es elegir la banda sonora de tu vida.