25.6.14

El hombre de barro.


Hace muy poco me creí de cristal y también quise dejar caerme para ver si podía romperme completa y alguien me ofreció esta canción.

"Lights will guide you home and ignite your bones, and I will try to fix you."


Alguna vez, anduve por un camino de esos intangibles que no se pueden tocar pero sí sentir. 

Como acostumbro a andar descalza cuando estoy en casa, sentí cómo algo se enterraba en mi talón, no dolía pero la sangre que provocó la herida hacía ver todo más escabroso. Me senté para ver qué era lo que había pisado y entonces lo encontré. 

Ya no lloraba, no hablaba, no comía, no quería ni respirar, estaba sucio, desaliñado, ni siquiera quería abrir los ojos. Digo quería porque cuando me vio, cerró los ojos más fuerte, como si esperara que lo terminará de aplastar para acabar de una vez con lo que sentía. 

Me quité del talón la pieza que me molestaba y resultó ser un brazo que se había incrustado ahí. Luego empecé a ver alrededor y había un montón de piezas que estaban regadas en un radio pequeño, donde todavía podía distinguirse que el rompecabezas estaba completo. Me lavé la herida, puse el brazo y lo demás en la esquina de la mesa y empecé a buscarle forma. 

Una cabeza, dos brazos, un torso, el par de piernas, todo estaba ahí. Como sin ganas, pero disponible para ser reparado. Seguía sin abrir los ojos. No sé si estaba perdido o solamente no se encontraba. O quizá sólo se quería perder. No entiendo porque no soy él. El hombrecillo era de barro. 

Mi abuelo me enseñó a malear el lodo cuando era niña y entonces no estaba tan perdida en la restauración de algo, porque lo era, tan simple como eso. Si hubiese sido de cristal entonces sí, por mucho que hubiera intentado pegarlo sabía que nunca volvería a ser el mismo. 

Comencé a preparar lo que me serviría para unir las partes dispersas, hacerlo moldeable de tal forma que estuviera listo para servir como cirugía a ese puzzle que, aunque completo, podía percibirse que algo le faltaba. No, no le faltaba, traía una apertura grande para esa dimensión a la altura del pecho; se veía su corazón apachurrado, casi seco. Le puse mucha agua y poquita más masa para que no se volviera un hombre podrido. Pasaron cerca de tres horas y ya casi estaba completo. Al fin abrió los ojos. Empezó a balbucear. No sé cuánto tiempo tendría así pero le costaba trabajo hilar lo que quería decir. Mientras seguía moldeando para que sus extremidades fueran firmes de nuevo. Seguía balbuceando pero ya tenía palabras audibles. Una, luego tres, luego ya pudo decir un enunciado completo que, como fue hace tiempo, no recuerdo qué fue.

Lo saqué al patio a orearse un par de horas más. Supongo ahí practicó su habla. No sé cuánto tiempo duró sin entablar algún tipo de conversación. No sabía nada de él. Volví. Y empezó. Como si fuese un acto de magia, o como si él fuese un mago, mejor dicho. Comenzó una plática parlanchína a una velocidad -que si lo diré yo- no podía con ella.

Entonces comenzó a contar su historia, misma que no vienen al caso ahora, pero mencionó que tuvo un mal momento, de esos de los que se pasan tarde o temprano, y se dejó caer. "Me dejé caer tan fuerte, que me rompí".

Tardó en sanar pero se recuperó, tiempo después estaba estoico, fuerte, y mejor que antes que cuando me hizo sangrar el talón. No lo logró solo, él sabe quién estuvo con él y no lo dejó que se aventara de nuevo. 

Como todo, pasó el tiempo y quien lo ayudó a sanar se fue; pero esta vez se enfrentaba a un hombre que ya se había dejado caer una vez por lo que lanzarse otra vez al vacío podría convertirlo en hombre de cristal durante la caída libre y entonces sí, ya no habría compostura alguna. Va a estar bien.

Todos los días se mira al espejo, recuerda lo que fue, lo que llegó a ser y lo que es ahora, mira a su perro, se alista y sale a trabajar. Erguido, de frente y sin titubeos. Los hombres de barro se regeneran, pueden ser magia; los de cristal no. 

Porque aunque la ciencia no lo explique, la magia existe. Y los magos también.






Caperuza...

El lobo del que tanto hablaba el pueblo terminó siendo un cuento del que Pedro nunca se tomó el tiempo de desmentir. El verdadero veneno no estaba en un cuadrúpedo imaginario; sino en un niño con mucho tiempo libre.

Fue algo de hartazgo, de sentir libertad, de querer creer, de querer crear y de enterrar miedos. Todavía no se encuentra la fórmula para la felicidad pero creía que eran ingredientes para lograrla. 

Ella: la caperuza rota, pero nunca quebrada. 

La de pelo azul, ojos color tierra fértil, mejillas coral y sonrisa conchas de mar. La de la sonrisa siempre dispuesta, la de los ojos de cámara fotográfica, la que tenía magia en sus letras escritas y habladas. Ella, siempre ella. 

Se adentró en el bosque, decidida a enfrentar lo que el lobo representaba pero éste nunca apareció. Pasaron las horas, entró la noche y ella seguía sentada en el tronco en el que cayó cuando ya no pudo avanzar más. No llevaba agua y estaba cansada. Comenzó a llover y como por obra de algún tipo de deidad su cabello comenzó a crecer hasta servirle de capa, cubriéndola de la lluvia permitiendo que no se mojara como pudo haber sido. Es muy valiente y siempre ve el lado bueno de las cosas, fuera del bosque tiene sus personas anclas que le permiten no irse cuando se la quiere llevar el viento. Sí, es valiente pero es frágil también. No era una tormenta eléctrica lo que comenzó; rayos, truenos y más rayos iniciaron la fiesta que no tenía contemplada. No tenía miedo. Lo tomó por el lado amable y sólo pensó en que esa lluvia era para quitarle la sed y esas luces de colores no invitadas llegaron para iluminarle la noche. Les digo que lo es todo.

El sol se asomó de nuevo y con la lluvia anterior, la humedad soltó un calor de ese que ayuda a compensar todo el frío que tuvo en la noche. Su cabello ya no era capa; en algún momento del alba se había vuelto un nido azul que le coronaba la cabeza. Ya no había hartazgo, ni miedos, abrió bien los ojos y todo era creer y crear; y era libre. La lluvia la había drenado.

Creía que buscaba al lobo y terminó encontrándose a ella misma.




"¿Quién puede decir lo que es mejor? No te reprimas por nadie y, cuando la felicidad llame a tu puerta, aprovecha la ocasión y sé feliz".

19.6.14

El ancla.

Tarde o temprano uno tiene qué aprender a vivir con sus decisiones. 


Mis decisiones se limitaban a un volado o a un de tin marín de don pin güe- como la mujer adulta, responsable y madura que soy de 30 años cumplidos. Esta es la última vez que escribo sobre el tema y no es precisamente por llamar la atención o por miradas lastimeras: catarsis, le llaman.

Me fui un año de mi ciudad porque estaba harta. Harta de todo y de todos. Creía que si no me iba, terminaría odiando al lugar que me vio nacer y de un momento a otro ya estaba en Ciudad Metrópoli; que tanto me enseñó, que tanto me dio y que nada me quitó. Viví una vida fácil y prácticamente cómoda; un buen sueldo, buenas personas, buen lugar para vivir, buen trato de aquel que me topara, todo fue bueno. Pero también me quise comer mi año de una mordida y me excedí en muchas cosas. Mismas que no me dan orgullo de reconocer, mucho menos mencionar, pero todo recayó a eso: excesos y despilfarros. Un día desperté harta de estar en DF, no despreciando la ciudad sino despreciándome a mí; por lo que era, por lo que me había convertido, por lo que había permitido que me hicieran y por lo que yo había hecho. Fue un 7 de octubre, lo recuerdo porque era el cumpleaños de mi padre y yo, después de tres días de fiesta, desperté inconsciente, en un lugar donde no sabía dónde estaba y con gente que no conocía porque mis conocidos no sé en qué cuartos estaban tampoco. Me fui a mi casa -de aquel entonces- tomé 4 pastillas para dormir y desperté al día siguiente. Entonces vi la cortina verde que quedaba de frente al lado del que dormía, el escritorio viejo, las cosas que estaban sobre él y me puse a llorar. 

Ahí decidí que ya no quería estar ahí, quería cualquier lugar, el que fuera, pero ya no más Ciudad de México. Sentí lo mismo que cuando me fui de mi tierra; que si no me iba ya, terminaría odiándolo y yo no podría hacerle eso a un lugar que me abrazó de tal manera como si me hubiera parido, pero no, yo tengo otras raíces. Duré cerca de media hora llorando frente a la cortina verde, pensando en que ya no quería esa vida y recriminándome todo lo que había hecho y dejado de hacer. No estaba arrepentida, eso es para cobardes y suficientes sustos he tenido como para acobardarme por algo así, sólo estaba triste por verme como me vi, sentía pena y lástima por mí. A partir de ahí todo fue tristeza y desesperanza porque quería volver a donde fuese, excepto a la colonia Anzures todos los días. No podía hablar con mi familia porque mi voz se quebraba, no podría hacer videochats con ellos porque las mamás tienen esa condición que raya en lo sobrenatural para identificar cuando algo no está bien con sus hijos. Y lo supo.

Al siguiente fin de semana encontré a mis papás afuera de mi casa esperando a que despertara, para mi buena suerte ese día no salí como acostumbraba, estaba harta de la fiesta, de la gente, de todo. No, estaba harta de mí, más bien. Los vi y me puse a llorar, sabían que algo pasaba. 


- ¿Qué tan triste estás?
- Tanto como para irme a donde sea pero ya no estar aquí.
- Ay, hija. Deja todo y regresa con nosotros.
- No puedo, mi trabajo está aquí.

Mi mamá a mí.

Fueron 3 días en los que olvidé todo y sólo eran ellos y yo. No había más que el bonito Distrito Federal, al que mi padre ama incluso más que yo, mi mamá y yo, paseando por el centro hasta que no rendíamos más. 

En mis días previos a que llegaran mis papás, platiqué con mi jefe laboral y le dije cómo estaba la situación; como nadie -ni yo- imaginamos, dijo las palabras que me devolvieron las ganas de respirar otra vez: "Mira, nuestro trabajo es prácticamente estar conectados, en todos los aspectos, te veo y no estás bien, después de febrero puedes irte a trabajar a donde quieras". Me volvió el alma, exista o no, al cuerpo. 

Aún así me parecían años esperar de octubre a febrero, que luego se postergó a abril pero eso ya es otra cosa.

Un día, llevé a mis papás a una cantina de mala muerte para que conocieran lo bonito de la ciudad. Esa vez, iríamos a festejar el cumpleaños de lo que se volvió mi ancla, mi fuerza y mi todo para que yo pudiera estar lo que restaba de tiempo allá. Dejé a mis papás, se fueron a mi casa y yo me quedé con mi ancla. 

Según planes, varias personas asistirían pero al final sólo fuimos él y yo. Le llevé un regalo pequeño pero lo mandé hacer para él, fue bonito. Nunca estuvo en mi línea de vida liarme con él, ni siquiera sabía si iba a tener de qué platicar habiendo faltado todos. Ya estábamos ahí y empezamos a tomar y hablar, y fluyó y fluyó la conversación, nadie la encaminó a nada, ella tomó rumbo sola. Resultó que era más interesante de lo que alguien podría imaginarse y pues...me fui de hocico.

A partir de ahí empezamos una relación, yo me sentía orgullosa porque al fin estaba con un hombre, porque eso es, un hombre en todos sus aspectos. Cuando hay admiración; hay todo. Y yo no podía dejar de verlo, de oírlo, de atenderlo, de preocuparme y de tratar de hacer lo posible porque estuviera bien. Todo de lo que hablaba le apasionaba, aprendí tanto y me sentía tan estúpida cuando él hablaba, sentía que no sabía nada, era una hoja en blanco. Teníamos miedo porque sabíamos que yo me iría pero tratábamos de no pensar en eso. Al final de cuentas el día llegaría y tendríamos que enfrentarlo. Pero mientras llegó, no puedo alegar nada en contra suya, nada. No puedo decir que fue perfecto porque nada lo es, pero hizo que amara más todo y aprovechara mi tiempo allá. Me quiso, lo quise, nos quisimos. 

Se llegó el día de que me fuera y sí, me dolió mucho. Imagino que a él también, o eso quiero pensar. Quedamos en intentarlo a la distancia. Yo no pude.

Sin más detalles de los que ya he dado, que son bastantes, traté con todas mis ganas de seguir pero no, en verdad no pude. No fueron falta de ganas, ni de cariño, ni de querer, no fue nada de eso. Estaba en un mal momento y lo estaba llevando conmigo entre mi miseria. Él merecía todo, menos que alguien como yo lo tuviera con esa zozobra. 

Un domingo se inició el tema y de ahí explotó todo. Errores de percepción de parte suya. Yo estoy segura de lo que sentí pero no puedo lidiar con sentimientos ajenos, y con los días, aprendí que tampoco era mi culpa. Cuando quieres tanto a alguien que le deseas lo mejor y sabes que, al menos en ese momento, tú no lo eres, no queda más remedio que quitarte y no seguir truncando caminos que no vas a ayudar a hacer más firmes. 

Sí, lloré mucho. Aunque yo haya sido la que así lo quiso, no dejó de doler y aquellos que me conocen fueron testigos. Yo no puedo meterme en la cabeza de nadie para quitarle una idea y no es mi intención hacerlo. Me quedo con lo bueno porque de malo no tengo nada qué decir. Que, otra vez, yo sea la perra que se va, no ayuda pero sé que se me va a pasar. Como todo lo mundano, nada es para siempre; ni la tristeza, ni la alegría, ni la vida siquiera, menos este licuado de sentimientos que todavía no me deja dejar de pensar en si hice bien o cometí el error de mi vida.

Tapé un duelo con otro. Dejé de llorar por mi ancla, que ya no era mía, para comenzar a llorar por un duelo verdadero: la muerte de mi primo que tenía varios años vegetando. 

Dicen que un dolor sólo se tapa con otro más fuerte y mi nivel de persona adulta sólo quiere otro tatuaje para recordar, y ya no, todo lo que pasó entre mayo y junio del 2014.

Sé que en un año voy a leer esto y no voy a recordar ni porqué lo escribí.

Un día escribí un tuit' que decía más o menos así:


"No pretendo ser un parteaguas en tu vida; lo único que quiero es que no aceptes menos respeto, admiración y amor del que yo te di".

Lo sigo pensando. Quiero pensar que fui una liana para que él volviera a creer. Y que recuerde que no todo lo que hice fueron cosas malas, nada que lo lastimó lo hice a conciencia, tampoco voy a seguir defendiendo un punto que tengo bien claro.  



Ojalá le vaya mejor que a mí. Se lo merece. 
Ojalá mi primo ya descanse. Se lo merece.
Ojalá yo ya deje de pensar y empiece a pasar. Me lo merezco.




Ahora sí. Fin de la historia. 

Y hasta siempre. 







PD. Si no lo escribía, vomitaba. Prometo un cuento para la próxima.

7.6.14

Ahora es brisa; ahora es paz.

Ayer; yo en mi estupidez de ser egoísta y sentirme triste -por idioteces-, tuve un pensamiento: hoy amanecí como con ganas de no estar, me dije.

Luego me hablaron por teléfono para decirme que él estaba grave. Fui a comprar tres cervezas y, como ya no quiero llorar, me puse a platicar con mi abuelo -el muerto-, a Dios, al limbo, al Diablo, al unicornio azul, al ratón de los dientes, a todo lo inexistente o inventado, a todo lo inanimado o a todo lo que necesitaba agua, aunque seguí platicando con mi abuelo, que es el único que a veces me responde. Le pedí, le rogué, le supliqué que lo ayudara a pasar y como siempre, lo hizo. Brindé por él y por su nueva muerte, porque vida ya no es, le di gracias por lo compartido y le dije en voz alta "estamos bien, estarás mejor. Hoy es el último día que respiramos el mismo aire".

Descansa en paz, mi niño. Ya no despiertes, aquí hay mucha mierda, que bendigo a lo que sea, no te tocó ver y no serás testigo de lo que siga.

Gonna rise up, burnin' black holes in dark memories.

En otro plano, en otro espacio, en otros sueños y en otras risas nos volveremos a ver. Yo ya no puedo llorarte porque para mí estás bien. A veces hay que ser egoístas con uno, tragarse el dolor y pensar en que el otro va a 'estar mejor'. Me da gusto que hiciste de tu vida lo que te dio la gana, algo que muchos no nos atrevemos. Hasta luego y para siempre. Gracias.

In another life, when we are both cats. Te quiero, muchacho.

Más importante que llamarse Ernesto, es elegir la banda sonora de tu vida.