Él estaba del lado extremo de la sala. Pasando el salón con piso de ajedrez se podía llegar hasta él pero esperó más concurrencia para que nadie sospechara el mínimo ápice de lo que fuera. En ese lugar todo es mal visto, incluso, el que unas manos estrechadas para saludar estuvieran unidas por más de cinco segundos podría generar rumores.
En el umbral de la puerta, una señorita delgada, de cara sobria pero linda, recibió un par de ojos verdes enfundados entre gris y blanco, colores aptos para la recepción que se llevaba a cabo, el par de ojos revisó el lugar, como un escaner en cuestión de segundos, dando de inmediato con el hombre al extremo de la sala.
Como si fuera un juego, comenzó a moverse lentamente, precisamente, inteligentemente; primero en forma de L, seguido de una diagonal cual alfil blanco, como su piel, hasta llegar al peón que protegía al entonces rey.
Llegando al rango más bajo en su jugada todo fue más fácil; cuestión de que el mesero le ofreciera una copa de tinto para que el par de ojos ya estuviera en posición de jaque.
Fue entonces que pudieron rozar sus manos -no por más de tres segundos- para proteger la solemnidad del protocolo que Ciudad Verdugo exige.
Hablando un poco de ese lugar, describiré breve pero de manera específica: Ciudad Verdugo es en donde tienes permiso para nada pero lo puedes hacer todo; siempre y cuando lo hagas a escondidas, de lo contrario la sociedad de la misma se encarga de crucificarte con métodos arcaicos adecuados a la época actual. Puedes ser una puta que cada domingo le pide perdón a su Dios; un asesino pero ejemplar padre de familia; una madre alcohólica que paga una niñera para que haga lo que a ella le corresponde; puedes ser infiel, desleal, corrupto, ruin, un asco de persona, puedes ser el Diablo mismo, sólo procura que nadie se entere. O sí, se entera el mismo tipo de basura que saben que no pueden atacarse entre ellos. Entre perros no se muerden, sólo pueden ladrarse. La sociedad de esta ciudad es cómplice debajo de la punta del iceberg. Todos sabemos todo pero nadie dice nada. La punta del monstruo de hielo es lo que la gente ve, lo que la gente juzga y lo que la gente señala. Hipocresía pura que tiene la misma validez que un ateo jurando ante una Biblia.
Retomando... Después del esperando encuentro, cruzaron palabras hablando de nimiedades; amigos en común, planes, finanzas, etc. Aunque lo único que se respiraba en ese espacio con 30 centímetros de proximidad el uno del otro, era ese olor a deseo, a carne, sucio pero no, yo diría que hasta tierno, ese olor a ganas de ser amor; porque el olor a sexo puede estar en donde quiera, pero esto era -o parecía- real.
Al paso de la noche, y de los tragos, la cercanía fue siendo mayor, ya no importaba tanto si alguien con síndrome de halcón estaba al pendiente. Los roces eran más frecuentes, las manos en la espalda, en la nuca o demostraciones de afecto menos cuidadas. Era un grupo de seis los que departían en la misma mesa que, como granos de mazorca a medio desgrane, fueron cayendo de uno por uno hasta quedar sólo ellos. Podrían haber hablado pero no se sintieron cómodos por lo que decidieron coincidir en los sanitarios.
Se abre la puerta del baño de hombres, el tipo del extremo estaba sentado en el lobby cuando vio entrar los ojos verdes que tanto había querido mirar a solas entre la muchedumbre, los ojos enfundados en un traje gris, con mancuernillas de oro, camisa blanca y corbata a rayas, de 1.85 metros y 80 kg. No hubo tiempo, cordura, ni ganas de negociar. El hombre del extremo sólo tenía una oferta; cuatro palabras para el par de ojos en los que habría querido perderse toda la noche: amor de cuatro paredes.
Los ojos verdes se retiraron del lugar sin hacer más que nada; con sus ilusiones y orgullo rotos, resignado a perder a un cobarde por el que jugó una partida cuasiperfecta de dos movimientos para llegar hasta el rey esa noche. Un rey preso entre sus juicios morales, sus negaciones y su valor nulo para enfrentar la verdad.
Al final de cuentas sabe que Ciudad Verdugo no perdona. La reina, tampoco.
Cuando aceptemos que el amor es amar a la persona, no al sexo que porta, entonces habremos avanzado como sociedad. Mientras, sigamos jugando a Ciudad Verdugo, sé que de la que hablo, hay bastantes todavía.