9.5.12

¡A la madre!


Comencé a llorar cuando le hablé sobre algunos sueños que había tenido años atrás. Se rumora que fue a partir de eso que, inconscientemente, opté por dejar de dormir. “Si voy a soñar esos escenarios, prefiero estar despierta siempre”, le dije. Ella sólo fruncía el ceño como soportando la gota de su ojo izquierdo que quería salir pero estaba, muy pertinente el lagrimal, esperando el momento adecuado para escupir el llanto.

Y comenzaron las verdades. Verdades que debieron haberse dicho hace doce años pero el juego favorito de las familias es el tabú, es fácil la mecánica y creo que muchos la conocemos: vetas un tema y todos hacen como que no pasó, tiempo después sale a flote la escoria que ahí se guardaba.

“Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”, lo dice Tolstoi y yo le creo. Todas las familias son felices cuando se respeta el tópico que se establece involuntariamente. Todas las familias saben de qué no se debe hablar o cuándo se debe callar. Todas las familias son el retrato perfecto para ellas mismas. Cada una carga su tragedia y sólo ellos saben qué contiene la maleta que está en la recámara principal.

Me senté recargada en el pilar azul de la cocina y comencé a lanzar historias a nombre de alguien más cuando no eran más que las propias. En quince minutos descubrió que estaba hablando mí. La señora comenzó a llorar. “- No pensé que sufrieras tanto. – No es así, no siempre se sufre, nada más me tocó ficha roja en la tómbola, no te preocupes. – De haber sabido que ibas a ser como un payaso, no te habría tenido, en serio, ¿me vas a perdonar un día? – Aquí no hay perdones qué pedir porque no hay motivos para arrepentirse, el sufrimiento es opcional, el dolor no. Quédatelo. – Te oyes tan madura, perdóname todo”. La honestidad está llena de lágrimas, yo no sabía pero con el tiempo lo fui notando. Y anotando también para cada que se me ocurriera ser sincera llevar pañuelos desechables.

No debería, tres años al hilo he hecho llorar a la mujer que me parió en días previos al de la madre. Creo que es para recordarle lo bien que ha hecho su papel. Tres años llorando tres horas en sus brazos, como si tuviera ocho de nuevo, con el miedo de la chiquilla que odiaba la lluvia porque creía que iba a matar a su papá en un accidente automovilístico cuando eran las diez de la noche y él no llegaba. De repente me convierto en la niña que quedó paralizada y tuvo que ir en silla de ruedas ante una tormenta mientras la querían evangelizar en el catecismo. Yo digo que era el Diablo rehusándose a mi educación católica, ahora inexistente, mi madre dice que soy sensible y que no le gusta que mencione al Diablo porque puede aparecer cuando menos lo imagine, nada más. 

“- El Diablo, si es que existe, ya está entre nosotros, ma’. – Te digo que no lo menciones, exista o no. – Le tienes más miedo a algo que te han inventado para controlarte que a todo lo que está a tu alrededor. Le tienes miedo a la palabra por sí sola. Así somos, le tenemos miedo a las palabras, sólo que tú le temes a otras diferentes a las mías”. Siguió llorando, pidiendo perdón por, según ella, haberme traído a este mundo que ahora me parece tan feo.

No había motivos para pedir perdón, ni de ella ni míos, pero insistía en pedirlo.  “- ¿Quieres que te perdone por nada?, bueno, prométeme algo, si es para que te sientas tranquila, dime que harás lo siguiente.  – Tú dime, que yo lo haré. – Va. Pon atención, que no quiero que se te pase nada y te lo voy a enlistar. – Ya dime.”

 - Prométeme llorar y no tragarte el llanto cuando así lo sientas;
 - Decir lo que te molesta o lo que no te parece;
 - Hacer el ridículo conmigo o sin mí;
 - Abrazar todo lo que quieras, cuando quieras, donde quieras;
 - Dejar de ver para comenzar a apreciar, aprecia, má’, los colores naturales que nos da la tarde son dignos de cualquier postal;
 - Siempre besar la frente de tus nietos, de tus hijos, de tu esposo, de tu prójimo.
- Promete respetar a los demás aunque no estés de acuerdo, no ser prejuiciosa.
 - Cantar y cantar, como si no hubiera canción que no supieras, pero lo más importante, má’…
 - Prométeme nunca dejar de reír, reír de todo y de todos, de ti, de mí, de las desgracias y de los buenos momentos, carcajear hasta que te duela la panza, contagiar una risa al que esté al lado tuyo. Cada vez la gente ríe menos y llora más, yo quiero ver llorar a la gente de risa, hasta que sientan vomitar de no poder más. ¿Quedamos?

Ya, la vida me dio una madre muy llorona y siguió así hasta que la mandé a dormir. Si por mí fuera, cada uno sería mi madre para hacerlos prometer lo mismo pero no todo se puede. Eso sí, la risa como filosofía de vida la convierte en más llevadera, me han contado. Quizá este no sea el espacio correcto, quizá me vale madre decir que puedo sobrevivir de orgullo en pensar dónde me tocó nacer, quizá es mi escrito y aprovecho para derramar toda la cursilería que me apetece, en un momento todo puede convertirse en un quizá.

Ah sí, remató con un: “respira profundo, todo se pasa, por si no te acuerdas, lo tienes en la nuca, ya verás, mi niña, no todo está perdido, ni se va a acabar, la vida es un picnic”. Fobia, siéntete soñado porque una señora de 58 años sabe un fragmento de tu canción.

“Porque la vida es una, má’, y ya estamos aquí”.


Se lee difícil, pero yo también tengo madre. 
Más importante que llamarse Ernesto, es elegir la banda sonora de tu vida.