Comencé a llorar cuando le hablé sobre algunos sueños que
había tenido años atrás. Se rumora que fue a partir de eso que,
inconscientemente, opté por dejar de dormir. “Si voy a soñar esos escenarios,
prefiero estar despierta siempre”, le dije. Ella sólo fruncía el ceño como
soportando la gota de su ojo izquierdo que quería salir pero estaba, muy
pertinente el lagrimal, esperando el momento adecuado para escupir el llanto.
Y comenzaron las verdades. Verdades que debieron haberse
dicho hace doce años pero el juego favorito de las familias es el tabú, es
fácil la mecánica y creo que muchos la conocemos: vetas un tema y todos hacen
como que no pasó, tiempo después sale a flote la escoria que ahí se guardaba.
“Todas las familias felices se parecen, pero las infelices
lo son cada una a su manera”, lo dice Tolstoi y yo le creo. Todas las familias
son felices cuando se respeta el tópico que se establece involuntariamente.
Todas las familias saben de qué no se debe hablar o cuándo se debe callar.
Todas las familias son el retrato perfecto para ellas mismas. Cada una carga su
tragedia y sólo ellos saben qué contiene la maleta que está en la recámara
principal.
Me senté recargada en el pilar azul de la cocina y comencé a
lanzar historias a nombre de alguien más cuando no eran más que las propias. En
quince minutos descubrió que estaba hablando mí. La señora comenzó a llorar. “-
No pensé que sufrieras tanto. – No es así, no siempre se sufre, nada más me
tocó ficha roja en la tómbola, no te preocupes. – De haber sabido que ibas a
ser como un payaso, no te habría tenido, en serio, ¿me vas a perdonar un día? –
Aquí no hay perdones qué pedir porque no hay motivos para arrepentirse, el
sufrimiento es opcional, el dolor no. Quédatelo. – Te oyes tan madura,
perdóname todo”. La honestidad está llena de lágrimas, yo no sabía pero con el
tiempo lo fui notando. Y anotando también para cada que se me ocurriera ser
sincera llevar pañuelos desechables.
No debería, tres años al hilo he hecho llorar a la mujer que
me parió en días previos al de la madre. Creo que es para recordarle lo bien
que ha hecho su papel. Tres años llorando tres horas en sus brazos, como si
tuviera ocho de nuevo, con el miedo de la chiquilla que odiaba la lluvia porque
creía que iba a matar a su papá en un accidente automovilístico cuando eran las
diez de la noche y él no llegaba. De repente me convierto en la niña que quedó
paralizada y tuvo que ir en silla de ruedas ante una tormenta mientras la
querían evangelizar en el catecismo. Yo digo que era el Diablo rehusándose a mi
educación católica, ahora inexistente, mi madre dice que soy sensible y que no
le gusta que mencione al Diablo porque puede aparecer cuando menos lo imagine,
nada más.
“- El Diablo, si es que existe, ya está entre nosotros, ma’.
– Te digo que no lo menciones, exista o no. – Le tienes más miedo a algo que te
han inventado para controlarte que a todo lo que está a tu alrededor. Le tienes
miedo a la palabra por sí sola. Así somos, le tenemos miedo a las palabras,
sólo que tú le temes a otras diferentes a las mías”. Siguió llorando, pidiendo
perdón por, según ella, haberme traído a este mundo que ahora me parece tan
feo.
No había motivos para pedir perdón, ni de ella ni míos, pero
insistía en pedirlo. “- ¿Quieres que te
perdone por nada?, bueno, prométeme algo, si es para que te sientas tranquila,
dime que harás lo siguiente. – Tú dime, que
yo lo haré. – Va. Pon atención, que no quiero que se te pase nada y te lo voy a
enlistar. – Ya dime.”
- Prométeme llorar y no tragarte el llanto cuando
así lo sientas;
- Decir lo que te molesta o lo que no te parece;
- Hacer el ridículo conmigo o sin mí;
- Abrazar todo lo que quieras, cuando quieras,
donde quieras;
- Dejar de ver para comenzar a apreciar, aprecia,
má’, los colores naturales que nos da la tarde son dignos de cualquier postal;
- Siempre besar la frente de tus nietos, de tus
hijos, de tu esposo, de tu prójimo.
- Promete respetar a los demás aunque no estés de acuerdo, no ser prejuiciosa.
- Promete respetar a los demás aunque no estés de acuerdo, no ser prejuiciosa.
- Cantar y cantar, como si no hubiera canción que
no supieras, pero lo más importante, má’…
- Prométeme nunca dejar de reír, reír de todo y de
todos, de ti, de mí, de las desgracias y de los buenos momentos, carcajear
hasta que te duela la panza, contagiar una risa al que esté al lado tuyo. Cada
vez la gente ríe menos y llora más, yo quiero ver llorar a la gente de risa,
hasta que sientan vomitar de no poder más. ¿Quedamos?
Ya, la vida me dio una madre muy llorona y siguió así hasta
que la mandé a dormir. Si por mí fuera, cada uno sería mi madre para hacerlos
prometer lo mismo pero no todo se puede. Eso sí, la risa como filosofía de vida
la convierte en más llevadera, me han contado. Quizá este no sea el espacio
correcto, quizá me vale madre decir que puedo sobrevivir de orgullo en pensar
dónde me tocó nacer, quizá es mi escrito y aprovecho para derramar toda la
cursilería que me apetece, en un momento todo puede convertirse en un quizá.
Ah sí, remató con un: “respira profundo, todo se pasa, por
si no te acuerdas, lo tienes en la nuca, ya verás, mi niña, no todo está
perdido, ni se va a acabar, la vida es un picnic”. Fobia, siéntete soñado
porque una señora de 58 años sabe un fragmento de tu canción.
“Porque la vida es una,
má’, y ya estamos aquí”.
Se lee difícil, pero yo también tengo madre.