Aunque la mayoría de las personas tengan miedo a las heridas de guerra, las cicatrices no son más que un recordatorio cutáneo de algo que sabemos no debemos repetir o, en la mejor de las suertes, agradecer por haberlo vivido.
Hay costras internas que gustan de ser lamidas y por tanto, nunca terminan de sanar. Hay personas que gustan lamer heridas ajenas y espero con todas mis ganas, que esa especie se encuentre en peligro de extinción. Ni los lastimosos, ni los que sienten pena por ellos, son de alguna utilidad, tras su cuello tienen una etiqueta donde existe la leyenda "material desechable", "expira el __/__/__", como fecha de caducidad, entre otras.
El mundo necesita gente roble o al menos que sepan hacerse pasar por valientes, gente con temple que logre salir al campo de batalla aún con el riesgo de salir lastimados, gente que, como ya se dijo, no tema ser herido en un combate, esa que sale de su búnker, sea cual sea la forma que éste haya tomado; así sea bajo tres sábanas, en un cuarto de dos por dos, arriba de un árbol, o en un campo abierto, cada mirada percibe como más le conviene.
Gente que sale de su burbuja, inhala profundo y se tatúa el "just breath" en los huesos y una vez más en la mente, así, como lo escribió Vedder en esa canción.
Tan simple, tan cierto, tan DEBERÍA ser.
"I’m a lucky man to count on both hands
The ones I love...."