19.6.14

El ancla.

Tarde o temprano uno tiene qué aprender a vivir con sus decisiones. 


Mis decisiones se limitaban a un volado o a un de tin marín de don pin güe- como la mujer adulta, responsable y madura que soy de 30 años cumplidos. Esta es la última vez que escribo sobre el tema y no es precisamente por llamar la atención o por miradas lastimeras: catarsis, le llaman.

Me fui un año de mi ciudad porque estaba harta. Harta de todo y de todos. Creía que si no me iba, terminaría odiando al lugar que me vio nacer y de un momento a otro ya estaba en Ciudad Metrópoli; que tanto me enseñó, que tanto me dio y que nada me quitó. Viví una vida fácil y prácticamente cómoda; un buen sueldo, buenas personas, buen lugar para vivir, buen trato de aquel que me topara, todo fue bueno. Pero también me quise comer mi año de una mordida y me excedí en muchas cosas. Mismas que no me dan orgullo de reconocer, mucho menos mencionar, pero todo recayó a eso: excesos y despilfarros. Un día desperté harta de estar en DF, no despreciando la ciudad sino despreciándome a mí; por lo que era, por lo que me había convertido, por lo que había permitido que me hicieran y por lo que yo había hecho. Fue un 7 de octubre, lo recuerdo porque era el cumpleaños de mi padre y yo, después de tres días de fiesta, desperté inconsciente, en un lugar donde no sabía dónde estaba y con gente que no conocía porque mis conocidos no sé en qué cuartos estaban tampoco. Me fui a mi casa -de aquel entonces- tomé 4 pastillas para dormir y desperté al día siguiente. Entonces vi la cortina verde que quedaba de frente al lado del que dormía, el escritorio viejo, las cosas que estaban sobre él y me puse a llorar. 

Ahí decidí que ya no quería estar ahí, quería cualquier lugar, el que fuera, pero ya no más Ciudad de México. Sentí lo mismo que cuando me fui de mi tierra; que si no me iba ya, terminaría odiándolo y yo no podría hacerle eso a un lugar que me abrazó de tal manera como si me hubiera parido, pero no, yo tengo otras raíces. Duré cerca de media hora llorando frente a la cortina verde, pensando en que ya no quería esa vida y recriminándome todo lo que había hecho y dejado de hacer. No estaba arrepentida, eso es para cobardes y suficientes sustos he tenido como para acobardarme por algo así, sólo estaba triste por verme como me vi, sentía pena y lástima por mí. A partir de ahí todo fue tristeza y desesperanza porque quería volver a donde fuese, excepto a la colonia Anzures todos los días. No podía hablar con mi familia porque mi voz se quebraba, no podría hacer videochats con ellos porque las mamás tienen esa condición que raya en lo sobrenatural para identificar cuando algo no está bien con sus hijos. Y lo supo.

Al siguiente fin de semana encontré a mis papás afuera de mi casa esperando a que despertara, para mi buena suerte ese día no salí como acostumbraba, estaba harta de la fiesta, de la gente, de todo. No, estaba harta de mí, más bien. Los vi y me puse a llorar, sabían que algo pasaba. 


- ¿Qué tan triste estás?
- Tanto como para irme a donde sea pero ya no estar aquí.
- Ay, hija. Deja todo y regresa con nosotros.
- No puedo, mi trabajo está aquí.

Mi mamá a mí.

Fueron 3 días en los que olvidé todo y sólo eran ellos y yo. No había más que el bonito Distrito Federal, al que mi padre ama incluso más que yo, mi mamá y yo, paseando por el centro hasta que no rendíamos más. 

En mis días previos a que llegaran mis papás, platiqué con mi jefe laboral y le dije cómo estaba la situación; como nadie -ni yo- imaginamos, dijo las palabras que me devolvieron las ganas de respirar otra vez: "Mira, nuestro trabajo es prácticamente estar conectados, en todos los aspectos, te veo y no estás bien, después de febrero puedes irte a trabajar a donde quieras". Me volvió el alma, exista o no, al cuerpo. 

Aún así me parecían años esperar de octubre a febrero, que luego se postergó a abril pero eso ya es otra cosa.

Un día, llevé a mis papás a una cantina de mala muerte para que conocieran lo bonito de la ciudad. Esa vez, iríamos a festejar el cumpleaños de lo que se volvió mi ancla, mi fuerza y mi todo para que yo pudiera estar lo que restaba de tiempo allá. Dejé a mis papás, se fueron a mi casa y yo me quedé con mi ancla. 

Según planes, varias personas asistirían pero al final sólo fuimos él y yo. Le llevé un regalo pequeño pero lo mandé hacer para él, fue bonito. Nunca estuvo en mi línea de vida liarme con él, ni siquiera sabía si iba a tener de qué platicar habiendo faltado todos. Ya estábamos ahí y empezamos a tomar y hablar, y fluyó y fluyó la conversación, nadie la encaminó a nada, ella tomó rumbo sola. Resultó que era más interesante de lo que alguien podría imaginarse y pues...me fui de hocico.

A partir de ahí empezamos una relación, yo me sentía orgullosa porque al fin estaba con un hombre, porque eso es, un hombre en todos sus aspectos. Cuando hay admiración; hay todo. Y yo no podía dejar de verlo, de oírlo, de atenderlo, de preocuparme y de tratar de hacer lo posible porque estuviera bien. Todo de lo que hablaba le apasionaba, aprendí tanto y me sentía tan estúpida cuando él hablaba, sentía que no sabía nada, era una hoja en blanco. Teníamos miedo porque sabíamos que yo me iría pero tratábamos de no pensar en eso. Al final de cuentas el día llegaría y tendríamos que enfrentarlo. Pero mientras llegó, no puedo alegar nada en contra suya, nada. No puedo decir que fue perfecto porque nada lo es, pero hizo que amara más todo y aprovechara mi tiempo allá. Me quiso, lo quise, nos quisimos. 

Se llegó el día de que me fuera y sí, me dolió mucho. Imagino que a él también, o eso quiero pensar. Quedamos en intentarlo a la distancia. Yo no pude.

Sin más detalles de los que ya he dado, que son bastantes, traté con todas mis ganas de seguir pero no, en verdad no pude. No fueron falta de ganas, ni de cariño, ni de querer, no fue nada de eso. Estaba en un mal momento y lo estaba llevando conmigo entre mi miseria. Él merecía todo, menos que alguien como yo lo tuviera con esa zozobra. 

Un domingo se inició el tema y de ahí explotó todo. Errores de percepción de parte suya. Yo estoy segura de lo que sentí pero no puedo lidiar con sentimientos ajenos, y con los días, aprendí que tampoco era mi culpa. Cuando quieres tanto a alguien que le deseas lo mejor y sabes que, al menos en ese momento, tú no lo eres, no queda más remedio que quitarte y no seguir truncando caminos que no vas a ayudar a hacer más firmes. 

Sí, lloré mucho. Aunque yo haya sido la que así lo quiso, no dejó de doler y aquellos que me conocen fueron testigos. Yo no puedo meterme en la cabeza de nadie para quitarle una idea y no es mi intención hacerlo. Me quedo con lo bueno porque de malo no tengo nada qué decir. Que, otra vez, yo sea la perra que se va, no ayuda pero sé que se me va a pasar. Como todo lo mundano, nada es para siempre; ni la tristeza, ni la alegría, ni la vida siquiera, menos este licuado de sentimientos que todavía no me deja dejar de pensar en si hice bien o cometí el error de mi vida.

Tapé un duelo con otro. Dejé de llorar por mi ancla, que ya no era mía, para comenzar a llorar por un duelo verdadero: la muerte de mi primo que tenía varios años vegetando. 

Dicen que un dolor sólo se tapa con otro más fuerte y mi nivel de persona adulta sólo quiere otro tatuaje para recordar, y ya no, todo lo que pasó entre mayo y junio del 2014.

Sé que en un año voy a leer esto y no voy a recordar ni porqué lo escribí.

Un día escribí un tuit' que decía más o menos así:


"No pretendo ser un parteaguas en tu vida; lo único que quiero es que no aceptes menos respeto, admiración y amor del que yo te di".

Lo sigo pensando. Quiero pensar que fui una liana para que él volviera a creer. Y que recuerde que no todo lo que hice fueron cosas malas, nada que lo lastimó lo hice a conciencia, tampoco voy a seguir defendiendo un punto que tengo bien claro.  



Ojalá le vaya mejor que a mí. Se lo merece. 
Ojalá mi primo ya descanse. Se lo merece.
Ojalá yo ya deje de pensar y empiece a pasar. Me lo merezco.




Ahora sí. Fin de la historia. 

Y hasta siempre. 







PD. Si no lo escribía, vomitaba. Prometo un cuento para la próxima.
Más importante que llamarse Ernesto, es elegir la banda sonora de tu vida.