25.6.14

Caperuza...

El lobo del que tanto hablaba el pueblo terminó siendo un cuento del que Pedro nunca se tomó el tiempo de desmentir. El verdadero veneno no estaba en un cuadrúpedo imaginario; sino en un niño con mucho tiempo libre.

Fue algo de hartazgo, de sentir libertad, de querer creer, de querer crear y de enterrar miedos. Todavía no se encuentra la fórmula para la felicidad pero creía que eran ingredientes para lograrla. 

Ella: la caperuza rota, pero nunca quebrada. 

La de pelo azul, ojos color tierra fértil, mejillas coral y sonrisa conchas de mar. La de la sonrisa siempre dispuesta, la de los ojos de cámara fotográfica, la que tenía magia en sus letras escritas y habladas. Ella, siempre ella. 

Se adentró en el bosque, decidida a enfrentar lo que el lobo representaba pero éste nunca apareció. Pasaron las horas, entró la noche y ella seguía sentada en el tronco en el que cayó cuando ya no pudo avanzar más. No llevaba agua y estaba cansada. Comenzó a llover y como por obra de algún tipo de deidad su cabello comenzó a crecer hasta servirle de capa, cubriéndola de la lluvia permitiendo que no se mojara como pudo haber sido. Es muy valiente y siempre ve el lado bueno de las cosas, fuera del bosque tiene sus personas anclas que le permiten no irse cuando se la quiere llevar el viento. Sí, es valiente pero es frágil también. No era una tormenta eléctrica lo que comenzó; rayos, truenos y más rayos iniciaron la fiesta que no tenía contemplada. No tenía miedo. Lo tomó por el lado amable y sólo pensó en que esa lluvia era para quitarle la sed y esas luces de colores no invitadas llegaron para iluminarle la noche. Les digo que lo es todo.

El sol se asomó de nuevo y con la lluvia anterior, la humedad soltó un calor de ese que ayuda a compensar todo el frío que tuvo en la noche. Su cabello ya no era capa; en algún momento del alba se había vuelto un nido azul que le coronaba la cabeza. Ya no había hartazgo, ni miedos, abrió bien los ojos y todo era creer y crear; y era libre. La lluvia la había drenado.

Creía que buscaba al lobo y terminó encontrándose a ella misma.




"¿Quién puede decir lo que es mejor? No te reprimas por nadie y, cuando la felicidad llame a tu puerta, aprovecha la ocasión y sé feliz".
Más importante que llamarse Ernesto, es elegir la banda sonora de tu vida.