30.7.13

No crezcan, es una trampa.



"If the children don't grow up, our bodies get bigger but our hearts get torn up..."


Cuando era niña y veníamos a D.F., mi papá amaba tomar el metro; yo no.

Tendría 8 o 9 años la vez que conocí una estación, no recuerdo cuál era pero trasbordamos. En ese entonces ya tenía la imagen del señor cantando Bohemio de Afición en Guadalajara pasando su gorra por los asientos a cambio de dinero. Yo tenía cuatro años, casi cinco, y el coche estaba descompuesto por lo que debimos tomar un autobús. No entendía por qué algo que yo hacía todo el tiempo (porque en verdad así era) por puras ganas y gusto, alguien debiera hacerlo para comer. Fue en 1988 cuando mi cabeza se hizo nudos por tratar de entender que no todos vivíamos igual; de ahí el detonante para cuestionar todo: una niña con una vida fácil viendo a alguien que sabría dios (si existiese en aquel entonces también o sólo sea una moda hoy) con qué tendría que lidiar para poder pasar al día siguiente.

Retomando a la ciudad de México... Yo no había cumplido los nueve cuando nos trajeron a Reino Aventura, sí, todavía existía. Conociendo no sé porqué casi a la perfección todas las rutas y nombres de calles y avenidas, mi papá nos movía en metro porque "esto es de las mejores cosas que puede haber en una ciudad", decía. Donde él veía modernidad, eficiencia, rapidez, economía entre muchas más ventajas (que no niego); yo veía lo que había visto cuatro años antes: pobreza, disparidad, desigualdad y demás fatalismos que a mi enana vida podría notar: niños subiéndose a vender dulces, señoras con bebés en la espalda haciendo lo mismo, gente dormida en los vagones y otros borrachos tirados en los pasillos. Parecía que papá y yo no estábamos viajando en lo mismo. Parecía que estábamos en ciudades distintas. Aún así amaba venir a México, porque así le llamaba yo. Ni Ciudad de México, ni D.F.; era un "quiero ir a México" a secas, como si dentro de esa ciudad estuviera todo el país. Para mí así era.

Siempre he visto el vaso 10 mililitros medio vacío. En fin, esta no es la historia del porqué no soy amante del transporte público o algo parecido.

Hace menos de cuatro días usé el metro porque cuando es necesario -aunque no me guste- lo uso. Fue ahí, pasadas las 6 de la tarde cuando se subió una familia en la misma estación que yo y fue como si yo estuviera dentro de su escena: papá, mamá, dos niños de entre 9 y 11 años y otro, también varón, de cuatro años a lo mucho. Yo iba en medio de los cinco integrantes, era un extra; el más pequeño iba sujeto al tubo y a la mano de su papá; la mamá a un lado mío y los otros dos niños adelante de mí. Yo entrometida escuchaba todo lo que decían. Era sábado de aprender a usar el metro por lo que pude escuchar; el papá les preguntaba por una estación y al niño que contestara primero y acertadamente no sé qué premio le daría. La mamá los veía y no la vi dejar la sonrisa ni un momento. De repente el hijo menor iba a caerse y se agarró de mi falda, la bajó un poco, nada escandaloso. Me pidió disculpas el señor, los otros niños se rieron, y cuando menos me di cuenta ya estaba junto con ellos viendo el mapa de las estaciones y sonriendo a la par con la mamá. Es la cosa más bonita que he visto en el, no tan querido de mi parte, oruga naranja. Fue la primera vez que no lo vi como algo tortuoso o sacrificado; la primera vez que quise irme hasta donde terminaran su recorrido para poder verlos jugar pero Isabel La Católica ya estaba esperándome.

Quizá si mi padre hubiera hecho algo parecido en mi infancia, yo tendría nostalgia y no melancolía al recordar esa experiencia.

Quizá para esos niños va a ser uno de los mejores recuerdos que tengan con su papá. Quizá yo voy a estar en uno de ellos como la señorita a la que le bajaron la falda, dentro de quince años.

Mis ridículos siempre valen la pena. 



"Someone told me not to cry..."

En serio, no crezcan. Es una trampa.
Más importante que llamarse Ernesto, es elegir la banda sonora de tu vida.